La admirable humildad de un monje
Tenemos que prepararnos para presentarnos ante el Señor. En esta vida, nada es absolutamente necesario. Si no es hoy, mañana morirás. Todo se quedará aquí, pero la eternidad seguirá siendo siempre la misma. ¡Y para ella tenemos que estar siempre preparados!
Como él mismo relataba, el padre Habacuc vino al Santo Monte a la edad de 15 años, cerca de 1790. No fue tonsurado inmediatamente, sino que primero trabajó como barquero, al comienzo en el Monasterio de San Panteleimón y después en el Monasterio Dionisio, en donde vivió hasta la revolución griega. Cuando la mayoría de monjes partió del lugar para esconderse de los turcos, también el padre Habacuc se refugió en su lugar de origen, la isla de Scopelos. Ahí esperó a que se calmaran los tiempos y, al mismo tiempo, recibió el hábito monacal del higúmeno del Monasterio Karakalos, el padre Nicolás.
Al volver al Santo Monte, no tenía vivienda propia. Por eso es que se dedicó a recorrer distintos lugres, hasta que los ancianos de la Nueva Skete se apiadaron de él y le dieron una pequeña choza, junto al cementerio. Aunque vivía en una suerte de establo, él siempre creyó haber recibido un trato especial, considerándose a sí mismo un “favorecido”. Es asombroso cómo podía vivir en un lugar tan oscuro, frío y lleno de humo, sobre todo en invierno, porque a veces hasta en verano aquel establo se sentía muy frío. Pero él insistía en que no tenía frío, y que, al contrario, lo que había era calor. Y probablemente era así, porque, fuera de su humilde hábito, jamás portaba nada más que el ascético atuendo de la paciencia.
Al hablar de su pobre vivienda, decía:
—Antes solía pensar que, ayudado por los demás, seguramente habría de encontrar otra casa mejor. Pero, con el paso del tiempo, he renunciado a esa idea. ¿Para qué necesito otra casa? Pronto moriré, así que el mejor lugar es el mismo donde estoy ahora.
Viéndole envejecer, los moradores de la skete ler daban trozos de pan para que comiera. Y ese fue su alimento durante decenas de años.
—Tenemos que prepararnos para presentarnos ante el Señor. En esta vida, nada es absolutamente necesario. Si no es hoy, mañana morirás. Todo se quedará aquí, pero la eternidad seguirá siendo siempre la misma. ¡Y para ella tenemos que estar siempre preparados!
El anciano Habacuc murió en 1875, cuando tenía casi 100 años.
(Traducido de: Antonie Ieromonahul, File de Pateric din Împărăția monahilor – Sfântul Munte Athos. Cuvioși Părinți athoniţi ai veacului al XIX-lea, traducere din limba greacă de Ieromonah Evloghie Munteanu, Editura Christiana şi Sfânta Mănăstire Nera, Bucureşti, 2000, p. 66)