La analogía entre el Espíritu Santo y el agua
E Espíritu Santo es Único e Indivisible, y reparte Sus dones como mejor le parece. A unos les mueve la lengua para que impartan sabiduría, a otros les ilumina el alma para que profeticen…
Abramos las divinas Escrituras y bebamos del agua que brota de los vasos de nuestros Santos Padres. Bebamos el agua viva, esa que mana para darnos vida eterna. Esta analogía fue utilizada también por nuestro Señor Jesucristo, refiriéndose al Espíritu Santo, del cual beberán quienes crean en Él. Y en otro lugar dice: “El que cree en Mí, de su seno brotarán manantiales de agua viva” (Juan 7, 38). Pero no manantiales materiales, que simplemente hidratan la tierra seca, sino verdaderos manantiales interiores, que inundan de luz las almas.
¿Y por qué utilizó esta analogía para comparar la Gracia del Espíritu Santo con el agua? Porque el agua es el elemento esencial de la vida. Porque el agua de la lluvia baja desde el cielo a la tierra. Porque es único y simple su aspecto, pero variada su actividad. Llueve sobre toda la creación. Pero esta lluvia es la que da su blancura a los lirios, su hermoso color rojo a las rosas, así como otros hermosos tonos a las demás flores. Un fruto da la palma, y otro la vid. Se hace “todo para todos” y sigue siendo ella misma: una simple agua de lluvia.
Lo mismo ocurre con el Espíritu Santo. Es Único e Indivisible, y reparte Sus dones como mejor le parece. A unos les mueve la lengua para que impartan sabiduría. A otros les ilumina el alma para que profeticen. A unos les concede un don contra los demonios, y a otros la capacidad de interpretar las Escrituras. A uno le enseña a ayunar y sacrificarse, y a otro a pensar con sabiduría y templanza. A uno lo aparta de las cosas del mundo, en tanto que a otro lo prepara para el martirio. Pero Él sigue siendo siempre el mismo. Tal como un árbol que está medio seco, al ser regado, da retoños, así también, el alma pecadora, por medio del arrepentimiento y la Gracia del Espíritu Santo, produce frutos que son muy dulces.
(Traducido de: Sfântul Chiril al Ierusalimului, Mângâietorul, vol. I, Sfânta Mănăstire Paraklitou, p. 101-105)