La confesión debe ser espontánea, abierta, no un acto formal
En la confesión tienen lugar una vergüenza culminante por el pecado, y el valor que la vence. Es la valentía del soldado en el fragor de la batalla, superior al coraje que sentía antes de combatir.
La confesión de los pecados es, por una parte, el triunfo del rubor que sentimos por haberlos cometido, y, por otra, la profundización de ese mismo sentimiento de vergüenza, que nos lleva a la compunción y el pesar del corazón. Y es que la confesión no es la mera victoria del sonrojo a través de la insensibilidad, sino por medio del rechazo a pecar y el temor al castigo eterno.
En la confesión tienen lugar una vergüenza culminante por el pecado, y el valor que la vence. Es la valentía del soldado en el fragor de la batalla, superior al coraje que sentía antes de combatir. El confesor tiene un rol muy importante aquí. Solamente así, la confesión será un actontecimiento espiritual trascendental que dé paso a una nueva vida. De lo contrario, será un acto insípido, formal, sin efectos sobre la persona, sin ayudarla a restaurar su vida. Con esta compunción de corazón se arrepintieron aquellos que habrían de hacerse cristianos el día del Pentecostés (Hechos 2, 37-38).
(Traducido de: Părintele Dumitru Stăniloae, nota 112 la Calist și Ignatie Xanthopol, Cele 100 de capete, în Filocalia VIII, Editura Humanitas, București, 2002, p. 70)