Palabras de espiritualidad

La confesión del hombre que encerró a un justo de Dios

    • Foto: Stefan Cojocariu

      Foto: Stefan Cojocariu

“¡Un hombre simple no es capaz de hacer algo semejante! ¡Es imposible que un hombre común y corriente haga algo así!”.

Recuerdo ahora un episodio interesante, vivido en el Monasterio Sâmbăta. En aquellos tiempos yo era el responsable del hospedaje de los peregrinos. Así, un día vino un hombre vestido de civil, quien, mientras conversábamos, me dijo lo siguiente: «Debo confesarle que yo soy el coronel que arrestó al padre Arsenio». ¡Al escuchar esas palabras, sentí un escalofrío, un estremecimiento! Armándome de valor, le dije: «¡Espero que no haya venido para interrogarme!». Me respondió: «¡No, padre! Usted quédese tranquilo, que ya no trabajo para la Securitate (policía secreta rumana). ¡Desde hace mucho presenté mi renuncia, viendo los milagros del padre Arsenio!».  Entonces fui yo el que lo hizo hablar, pidiéndole que me relatara todo. Aceptó. Empezó contándome que un general de Braşov había oído decir que el padre congregaba a muchas personas en el Monasterio Sâmbăta y que hablaba de muchas cosas. Como todos sabemos, en tiempos de N. Ceauşescu a las autoridades les preocupaba que se reuniera mucha gente, por temor a que quisieran iniciar alguna revuelta o algo así. El mismo coronel reconoció que a la iglesia no se va para organizar revoluciones, sino a orar y pedir por las preocupaciones de cada quién… A continuación, me relató qué pasó cuando le dieron la orden de ir a por el padre Arsenio: «No fui solo yo. Éramos tres: un capitán, otro militar, y yo. Nos enviaron al monasterio para que arrestáramos al padre y lo lleváramos a Sâmbăta de Sus, en donde está el Palacio de Brancoveanu. Teníamos que apresarlo y encerrarlo allí, hasta que vinera el general a interrogarlo. ¡Ahora permítame que le cuente cómo fue que lo arrestamos! Al llegar al monasterio, vimos que el padre estaba afuera de la iglesia. Me le acerqué y le dije: “Padre, el general nos envía a arrestarlo”. El padre dijo: “Sí, ya lo sabía”. ¡El padre ya lo sabía! Y agregó: “Por favor, déjenme hacer un Padre nuestro” y, entrando en la iglesia, cerró la puerta. Eran más o menos las doce del mediodía. ¡Cuando el padre terminó de orar, ya había oscurecido…! Estuvimos llamando a la puerta, recorrimos de un lado a otro los exteriores de la iglesia… Pensábamos que por algún lado habría huído, o talvez se había escondido en el altar, o se había subido a una de las ventanas y había saltado desde ahí…». ¿Cómo salir por las ventanas, si están selladas?

Y siguió el coronel: «En un momento dado, logré verlo a través de una de las ventanas. El padre estaba de rodillas ante la Santa Mesa, en el Altar. Oraba y oraba. Al cabo de un rato, se levantó y salió. Lo esposamos y nos lo llevábamos. Cuando llegamos al lugar indicado, lo encerramos. ¡Tres puertas tenía la habitación donde lo metimos! Una de reja, otra de metal, y la de adentro, que era de madera. Cada uno de nosotros tres tenía una llave. Es decir que no se podía entrar si no estábamos los tres, con las tres llaves. Todas las ventanas tenían también unos gruesos barrotes de metal. Al día siguiente debía venir el general a hablar con él, así que pensamos que todo estaría bien con el padre encerrado bajo llave en aquel cuarto.

Al día siguiente, cuando vino el general, abrimos las puertas… ¡y no había nadie adentro! ¡La habitación estaba vacía! ¡Ay de nosotros! ¡Estuve a punto de persignarme por el susto! ¡Éramos coroneles de la Securitate, y casi casi nos pusimos a persignarnos! El general nos preguntó: “¿En dónde lo tienen? Aquí no hay nadie. ¡Esta habitación está vacía! ¡Búsquenlo y tráiganmelo!”. Estabamos asustados y desesperados. ¿En dónde buscarlo? ¿A dónde irlo a traer? Lo primero que se nos ocurrió fue ir deprisa al monasterio… ¡¿En dónde más podríamos empezar a buscarlo?! Cuando llegamos al monasterio, oímos que el padre estaba oficiando la Liturgia en la iglesia. Era justo la parte cuando el sacerdote dice: “¡Paz a vosotros!”. Entramos en la iglesia, completamente confundidos. Pero pensamos que lo mejor era esperar a que terminara de oficiar, para después apresarlo nuevamente. Y así lo hicimos.

Ese mismo día le dije al general que renunciaba a seguir trabajando para la Securitate. Recuerdo que le expliqué: “¡Una sola persona no pudo haber hecho algo así! Mire, cada uno de nosotros tres tiene una llave, respectivamente para cada una de las puertas de aquella habitación. ¿Cómo pudo salir este hombre? ¡Un hombre simple no es capaz de hacer algo semejante! ¡Es imposible que un hombre común y corriente haga algo así!”».

(Traducido de: Pr. Ghelasie Țepeș, Părintele Arsenie Boca – Fiți îngăduitori cu neputințele oamenilor, Editura Agnos, Sibiu, 2013, pp. 48-50)