Palabras de espiritualidad

La confesión no es algo exclusivo de los períodos de ayuno

    • Foto: Oana Nechifor

      Foto: Oana Nechifor

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Cuando le creamos más a Dios que a nosotros mismos, cuando creamos más en Sus palabras que en nuestros propios estados espirituales o nuestros pensamientos, el Señor se apiadará de nosotros y nos concederá ese don maravilloso del discernimiento espiritual...

El Ayuno Mayor de la Cuaresma es un período en el cual nos ocupamos mucho más de nuestra vida espiritual. Incluso aquellos que no suelen asistir con frecuencia a la iglesia durante todo el año, sienten ese impulso interior de acercarse más a Dios en el curso de estas semanas, por medio de la oración, el ayuno, la caridad y la participación en los oficios litúrgicos. La Santa Confesión ocupa un lugar muy importante en este contexto, por eso es que nuestros catecismos recomiendan que el cristiano se confiese al menos en los cuatro períodos principales de ayuno. Tristemente, esta exhortación es entendida por muchos como un máximo de confesiones anuales —cuatro—, en vez de asumirla como un mínimo absolutamente necesario. Así es como hemos llegado a la penosa situación en la que algunos (de hecho, la mayoría) vienen a confesarse únicamente en la Cuaresma, absolutamente convencidos de haber cumplido con su “deber” de cristianos. Evidentemente, quieren comulgar, aunque se confiesen a toda prisa. Y esos pocos minutos en los que permanecen de rodillas bajo la estola del sacerdote no constituyen, en absoluto, un tiempo suficiente para abordar todos los pecados que un hombre puede cometer a lo largo de un año entero.

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De cierta manera, la culpa de esta indeseable situación recae en los pastores de almas, que raras veces instan a los fieles a confesarse con frecuencia, y no solamente durante los períodos de ayuno. Por eso, considero que una de las prioridades del trabajo pastoral debe ser establecer un programa semanal de confesión, sin importar si se trata de un período largo de ayuno o no. A partir de mi experiencia personal, puedo decir que hace algún tiempo introduje ese programa en mi parroquia, y, desde entonces, no hay una sola semana en la que no vengan a confesarse al menos setenta u ochenta personas (en los períodos de ayuno ese número crece significativamente). Esta experiencia me ha llevado a apreciar aún más el rol que el Sacamento de la Confesión tiene en nuestra vida espiritual. Ese vínculo constante, semanal, del fiel con el Sacramento de la Contrición, como también se le denomina, ha ayudado a muchos a vencer ciertas pasiones, ha colaborado con otros para que reconozcan sus viejos problemas espirituales, cuya presencia seguía haciéndose evidente en su vida cotidiana, y, especialmente, a todos los ha llevado a fortalecer mucho más su relación con Dios, creciendo espiritualmente.

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Es esencial que el padre espiritual practique lo que predica en la iglesia o aconseja en la silla de confesión. Tal como un niño se forma no a partir de lo que le dicen sus padres, sino especialmente de lo que ve que ellos hacen, así también el confesor debe esforzarse en no ser un mero “factor de decisión” en la vida espiritual del creyente, sino, ante todo, un modelo de inspiración. De igual manera, es muy importante que se forme una relación de confianza entre el fiel que se confiesa y su padre espiritual. Todo el mundo sabe que el padre espiritual tiene la obligación de guardar el secreto de confesión, aunque esto le cueste la vida.  Y, de hecho, así es. Pero también el hijo espiritual tiene el deber de no divulgar lo que le ha dicho su confesor durante el desarrollo del sacramento. ¿Por qué? Porque el demonio no tiene acceso al diálogo ocurrido en la silla de confesión y no sabe qué consejo ha recibido el creyente (hay una especie de “blindaje” ahí, cuando el Espíritu Santo mantiene lejos de nuestro diálogo secreto con el confesor a los espíritus malignos). Si el creyente les cuenta a otros qué consejos recibió de parte de su padre espiritual, estará actuando como un militar que divulga un secreto, una estrategia que puede caer en manos del enemigo, porque el demonio sí tiene acceso a esa otra conversación, fuera del marco del Sacramento de la Confesión. Y este enemigo irreconciliable del hombre sabrá, con todas sus consecuencias, dónde y cómo tentarnos con mayor ahínco, para hacernos caer e imposibilitarnos cumplir con los preceptos de nuestro confesor.

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Si no tenemos un padre espiritual y una relación permanente con él, por medio del Sacramento de la Confesión, nos resultará imposible avanzar en el camino al Reino. Además de todos los evidentes beneficios de este sacramento, quisiera concluir subrayando la importancia de la guía espiritual para aquel que anhela obtener el don del discernimiento. Este don se recibe únicamente de parte de Dios, a Quien nos confiamos totalmente, presentándole todo lo que sentimos y todo lo que pensamos. Cuando le creamos más a Dios que a nosotros mismos, cuando creamos más en Sus palabras que en nuestros propios estados espirituales o nuestros pensamientos, el Señor se apiadará de nosotros y nos concederá ese don maravilloso del discernimiento espiritual. Después de un período de, digamos, “desintoxicación existencial”, empezamos a comprender, a ver con más claridad todas las cosas en nuestra vida. La renuncia a la forma egoísta y egocéntrica de vivir, para aferrarnos a la voluntad de Dios, realizada y experimentada en el marco de la relación con nuestro confesor, es la única vía de alcanzar el verdadero conocimiento de nosotros mismos, librándonos de los tentadores cantos de sirena de este mundo. Este es solamente uno de los incontables motivos por los que la confesión no debe hacerse solo “cada Pascua”.