La contrición hace que el Espíritu venga a nosotros
La contrición tiene un propósito maravilloso y santo. El que se arrepiente da testimonio, por una parte, de que el Dios vivo de nuestros Padres es un Dios justo y cierto en toda Su voluntad...
En lo que respecta al arrepentimiento, esta profunda acción edifica y cuida al corazón, mucho más que cualquier otra. La contrición tiene un propósito maravilloso y santo. El que se arrepiente da testimonio, por una parte, de que el Dios vivo de nuestros Padres es un Dios justo y cierto en toda Su voluntad, en Sus caminos y Sus juicios, y, por otra parte, refrenda que todo hombre es falso (cf. Romanos 3, 4), inmerso en el engaño del pecado y carente de la honra original y divina.
Aquí es donde debe empezar la labor del que quiere arrepentirse: confesando su estado de pecador, asumiendo su pecado, humillándose y acusándose a sí mismo. Solo así podrá alcanzar la verdad y atraer al Espíritu de la Verdad, Quien lo purificará de toda falta y lo enmendará (cf. I Juan 1, 8-10). Como decía San Siluano, “el Espíritu Santo dará testimonio de la salvación en su corazón”. Sin embargo, el mismo Espíritu justifica también al Dios Verdadero, Quien dijo, por medio de Su profeta: “el sacrificio a Dios es un espíritu contrito; un corazón contrito y humillado, oh Dios, no lo desprecias” (Salmos 50, 18). Porque cuando el hombre espabila y dice con todo el corazón: “Padre, he pecado contra el cielo y ante Ti. Ya no merezco ser llamado hijo Tuyo”, logra escuchar en su interior la voz de la misericordia divina: “Todo lo Mío es tuyo” (Lucas 15, 18-19, 31).
(Traducido de: Arhimandritul Zaharia Zaharou, Omul cel tainic al inimii, Editura Basilica, București, pp. 19-20)