Palabras de espiritualidad

“La Cruz es la llave del Cielo”. Un texto para animarnos en la aflicción

    • Foto: Oana Nechifor

      Foto: Oana Nechifor

«El estado actual del mundo cristiano, con todos los males que hay en su seno, no es uno de fin del mundo, sino todo lo contrario. Se ha abierto un enorme terreno de construcción espiritual, para el cual se han hecho grandes preparativos y en el cual la Iglesia Ortodoxa está llamada a dar frutos elegidos».

El padre Petronio Tănase (1914-2011), antiguo stárets de la skete rumana Prodromos, en el Santo Monte Athos, fue un perfecto ejemplo de humildad, un ícono de la mansedumbre. En sus palabras llenas de sabiduría y amor, dirigidas a peregrinos de todas las nacionalidades, así como en sus meditaciones y sus cartas, abordó espiritualmente, las más de las veces, la crisis del mundo contemporáneo. Tanto la profunda radiografía espiritual que hizo del mundo actual y del alma del hombre de nuestros tiempos, como las soluciones espirituales propuestas, tienen la capacidad de traernos paz y consuelo, luz y serenidad, especialmente en las circunstancias de tentación y caída, de enfermedad y sufrimiento, como los momentos que estamos viviendo en estas últimas semanas.

El origen de todas las pruebas que afronta el hombre y el mundo son los pecados y las pasiones, por las cuales el hombre se aleja y se convierte en adversario de Dios. Y este alejamiento de Él se observa en la frenética búsqueda, por parte del hombre, de placeres carnales y mundanos, y no alegrías y realizaciones espirituales.

De acuerdo con este venerable padre espiritual, la sociedad occidental es la de los placeres, un terreno propicio para renunciar a la vida espiritual pura y elevada. «En vez de presentarle a Dios una ofrenda de gratitud por la abundancia obtenida con tantos avances tecnológicos, lo único que se ha hecho es apartarse más de Dios, divinizando al hombre y legitimando el pecado, mismo que le prepara la infelicidad eterna» [1]. Y esta búsqueda es «la trampa más terrible con la que el demonio haya engañado jamás al hombre» [2].

El pecado, como enfermedad del alma, es «una fuerza negativa, un microbio, un virus que, una vez anidado en el hombre, se desarrolla y crece, alimentándose de los recursos vitales del alma, para luego llevarla a la muerte. Todo esto, a semejanza de los elementos cancerígenos, que anulan los sistemas de autodefensa del organismo, y luego crecen rápidamente como tumores asesinos» [3].

El hombre contemporáneo, en vez de arrepetirse y enmendarse, «huye de sí mismo, evita ver lo que hay en su alma. Le da miedo hacerlo, presiente que lo que puede hallar allí es algo terrible. Es como asomarse a un abismo, al cual, si te quedas viendo hacia abajo, te mareas y terminas cayendo» [4].

Y, ya que cuando todo le sale bien, no aprecia plenamente el amor y la bondad de Dios hacia él, para poder librarse de sus pecados necesitará enfrentar la dolorosa prueba de las aflicciones. «Si el hombre no se hace humilde voluntariamente, Dios no lo deja en su estado actual: le envía tribulaciones, pruebas, enfermedades, sufrimientos, para que espabile. La humildad física trae con más facilidad la del alma, haciendo que el hombre se despierte y vuelva en sí. (...) Aunque no lo haga voluntariamente, el hombre llega así a darse cuenta del deplorable estado en el que se encuentra, sometido al pecado e incapaz de correr a Dios, el Único que puede salvarle» [5].

Los sufrimientos son, por otra parte, formas de enmendar el mal cometido, bastón y vara de la rectificación. «Dios, mucho más que nosotros mismos, desea nuestra felicidad y salvación. Pero, ya que somos lerdos para obedecer Su palabra paterna, Él necesita utilizar muchas veces, como dice el salmista, el bastón y la vara, para hacernos el bien al menos a la fuerza, ese bien que nosotros rechazamos» [6]. 

El padre Petronio insiste, de forma especial, en las enseñanzas tradicionales de la espiritualidad ortodoxa, de acuerdo a las cuales «no es Dios quien castiga, sino que el hombre se condena a sí mismo con sus pecados. No Dios condena al hombre, sino que él mismo elige su lugar ya desde esta vida. No es Dios quien nos envía al infierno. Al contrario, Él dice: “Id y heredad el Reino de los Cielos”. El hombre es quien lleva el infierno consigo. Porque somos nosotros quienes ya desde esta vida nos preparamos el Cielo o el infierno. No es un castigo, sino que el hombre es atormentado por sus propias y erradas decisiones; con lo que partimos a la eternidad, eso es lo que nos queda» [7].

Así, «de las aflicciones y de la muerte no podemos librarnos aquí, en la tierra». La cruz, entonces, no puede ser eludida: cada uno debe cargar su propia cruz. Pero ahora la cruz ya no es algo pavoroso, sino que la recibimos con alegría, como el don más precioso que Cristo les hace a Sus amigos, como un arma invencible. Por eso, los mártires esperaban y recibían con gozo los tormentos, sabiendo, según las palabras del Apóstol, que «los sufrimientos de esta vida no son nada comparados con las bondades que nos han sido preparadas en el Cielo» (Romanos 8, 18). Los piadosos y los ascetas se sacrificaban con alegría, diciendo que «leve es el esfuerzo y eterno el descanso» [8]. O, como decía el padre Petronio: «En el camino de la salvación, el hombre debe portar una cruz: la cruz de las pruebas de la vida» [9].

Las pruebas y los sufrimientos de esta vida no solamente tienen el rol de librarnos de pecados y purificarnos de pasiones, sino que, siendo señales del «infinito amor de Dios por el hombre» [10], tienen un rol positivo, redentor. Para el hombre espiritual, la cruz, de maldición y causa de sufrimiento, se transforma en la “llave del Cielo” [11]. Así, las aflicciones tienen un sentido positivo, profundamente espiritua: «Millones de testigos de la fe en Dios se han santificado con su paciencia en los tormentos y se han sumado a la inmensa legión celestial de los mártires, esos que sufrieron antes que ellos» [12].

Soportando con paciencia, dignidad y esperanza cristiana las pruebas y las tribulaciones, el cristiano se hace amigo de Cristo mismo: «Él es el amigo amoroso y siempre fiel, siempre cerca y todo el tiempo dispueto a ayudarnos. Su amistad es, verdaderamente, firme como una roca. “No te aferres con el corazón a una persona”, decía un ermitaño, “porque el corazón del hombre es inconstante”. No hay nada que pueda desgastar la amistad del Señor. Ni el paso de los años, ni la distancia, ni las pruebas de la vida. Al contrario, todo esto la fortalece mucho más. La amistad con Él es el tesoro del gozo eterno; la amistad del Gran Esposo es la vida feliz y eterna» [13].

La cruz nos purifica, y después de haber borrado los rastros de los pecados cometidos, nos santifica. De un castigo por nuestros pecados, las pruebas devienen, así, en señales de la infinita misericordia de Dios, porque «Así es la eterna piedad de Dios. No se agota, no disminuye, siempre nos busca a cada uno de nosotros, pecadores, siempre nos espera. “¡Es imposible que no venga! ¡He hecho tanto por él! ¡Di mi Mi Vida misma por él! ¡Debe volver!”. No hay pecado capaz de doblegar a la misericordia de Dios. Por eso, por atroz que sea nuestro estado de pecadores, no perdamos la esperanza. Dios nos espera para perdonarnos, para cubrirnos con Sus brazos paternales. Y no sólo nos abraza, como señal del perdón, sino que también nos viste con el atuendo primigenio, el de la pureza; nos pone un anillo en el dedo, cual señal de la liberación del pecado y de nuestra filiación; también nos calza, es decir que nos fortalece en el camino de la virtud, para que no volvamos a lastimarnos con las espinas del pecado y, sacrificando al ternero más robusto, es decir, a Su Hijo Eucarístico, todo se llena de felicidad: se gozan los Poderes celestiales y el mismo Padre Celestial por cada pecador que se arrrepiente (Lucas 15,10)» [14].

La vida del cristiano, entonces, es una “vida de crucificado” [15]. Para resucitar con Cristo, debemos atravesar el camino de la cruz personal. Y después de la crucifixión viene la Resurrección.

El padre Petronio confía tanto en la capacidad del hombre de enmendarse, como en el amor y la misericordia de Dios. O, como decía él, «cada hombre es el arquitecto de su propia vida», la cual construye día a día, y la ornamenta con sus hechos, sus palabras y sus pensamientos. Cuando llegue el Juicio Final, cada persona se presentará con su propia edificación ante Dios. «¿Es digno de la honra de Dios lo que has construido hasta hoy?» [16].

Sin embargo, al mismo tiempo, él asume con optimismo los positivos cambios morales del mundo y del alma humana: «El estado actual del mundo cristiano, con todos los males que hay en su seno, no es uno de fin del mundo, sino todo lo contrario. Se ha abierto un enorme terreno de construcción espiritual, para el cual se han hecho grandes preparativos y en el cual la Iglesia Ortodoxa está llamada a dar frutos elegidos» [17].

«Entonces», concluye el padre Petronio, «seamos optimistas. Aún hay mucho que hacer en el mundo, por el bien de la humanidad y para gloria de Dios, y las fuerzas del hombre para semejante tarea todavía no se han agotado» [18]. Y cada uno de nosotros está llamado a contribuir en este cometido.

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[1] Ieromonah Petroniu, Bine ești cuvântat, Doamne. Meditații [Bendito seas, Señor. Meditaciones], Prodromu - Muntele Athos, Editura Bizantină, Bucarest, 2004, p. 11

[2] Ieromonah Petroniu Tănase, Chemarea Sfintei Ortodoxii [El llamado de la Santa Ortodoxia], Editura Bizantină, Bucarest, 2006, p. 14

[3] Părintele Petroniu de la Prodromu [Padre Petronio de Prodromos], Ediție îngrijită de Preot Constantin Coman, Costion Nicolescu, Editura Bizantină, Bucarest, 2015, p. 327

[4] Protosinghel Petroniu Tănase, Ușile pocăinței, meditații duhovnicești la vremea Triodului [Las puertas de la contrición. Meditaciones espirituales en el período del Triodión], Editura Mitropoliei Moldovei și Bucovinei, Iași, 1994, p. 17

[5] Ibidem, p. 19

[6] Părintele Petroniu de la Prodromu..., pp. 392-393

[7] Mari duhovnici ai neamului. Arsenie Papacioc. Petroniu Tănasă. Roman Braga [Grandes padres espirituales de nuestra nación. Arsenio Papacioc, Petronio Tănasă. Roman Braga], Editura Litera, Bucarest, 2015, p. 79

[8] Părintele Petroniu de la Prodromu..., p. 424

[9] Ibidem

[10] Ibidem, p. 423

[11] Ibidem, p. 500

[12] Ieromonah Petroniu Tănase, Chemarea Sfintei Ortodoxii..., p. 11

[13] Ieromonah Petroniu, Bine ești cuvântat, Doamne..., p. 38

[14] Protosinghel Petroniu Tănase, Ușile pocăinței..., p. 20

[15] Părintele Petroniu de la Prodromu..., pp. 497-498

[16] Ibidem, p. 233

[17] Ieromonah Petroniu Tănase, Chemarea Sfintei Ortodoxii..., p. 175

[18] Ibidem, p. 180