Palabras de espiritualidad

La doctrina de la felicidad

    • Foto: Oana Nechifor

      Foto: Oana Nechifor

Quien no haya probado al menos un poco de esta felicidad, difícilmente podrá sacrificar por ella tan siquiera una pequeña candela de cera.

¿De qué otra cosa se habla más en el Evangelio, que no sea sobre la felicidad de los hombres? A mí me parece que el Evangelio bien podría llamarse “El Libro de la Felicidad”, y la doctrina de Cristo, la “doctrina de la felicidad”.

La primera enseñanza que Cristo anunció al mundo fue precisamente sobre la felicidad. La Iglesia Ortodoxa nos repite permanentemente esta enseñanza al comienzo de la Liturgia, con la entonación de las “Bienaventuranzas”. De acuerdo con lo que Cristo nos dice, felices son:

– quienes se presenten ante Dios con un espíritu contrito, porque suyo será el Reino de los Cielos;

– quienes entremezclen la oración con el llanto, porque serán reconfortados con un consuelo que no tiene fin;

– quienes sean mansos e inocentes como corderos, porque heredarán la tierra de los vivos;

– quienes estén hambrientos y sedientos de la justicia de Dios, porque se saciarán con la justicia celestial;

– quienes sean misericordiosos con el corazón y también con su mano, porque la mano del Señor se apiadará de ellos;

– quienes tengan un corazón puro, porque verán a su Rey, el Padre Celestial;

– quienes, por amor a la justicia, sean perseguidos por hombres y demonios, porque el reino de la justicia eterna será suyo;

– quienes sean acusados y condenados por amor a Cristo, porque se alegrarán en la morada de los ángeles.

Además:

– los que crean en su Señor, porque serán salvados;

– los que ardan de amor por el Creador y Sus criatauras, porque serán coronados con una gloria perpetua;

– los que sacrifiquen la vida de este mundo, porque obtendrán la vida eterna.

Esta es la felicidad verdadera e incontestable, misma que nuestro Señor reveló y mostró a la humanidad. Por esta felicidad, los emperadores sacrificaron sus coronas, los ricos sus riquezas y los mártires su propia vida, tan fácilmente como un árbol se desprende de sus hojas.

Pero, quien no haya probado al menos un poco de esta felicidad, difícilmente podrá sacrificar por ella tan siquiera una pequeña candela de cera.

A menudo, muy a menudo, Dios cierra ante los hombres las puertas de la falsa felicidad, pero mantiene siempre abiertas, ante todos y para todos, las puertas de la verdadera felicidad. Lo importante, ahora, es que nos interese entrar.

(Traducido de: Episcopul Nicolae VelimiroviciRăspunsuri la întrebări ale lumii de astăzi, vol. 1, Editura Sophia, București, 2002,  pp. 187-189)