La encomiable labor de las madres de los Tres Santos Jerarcas
Las madres de estos tres Jerarcas entendieron la magnitud de su misión, y por eso fue que se entregaron, se sacrificaron y se ofrendaron a la labor materna de formar a sus hijos “en la enseñanza y la autoridad del Señor”, para que estos llegaran a ser verdaderos maestros y santos de la Iglesia.
En el firmamento espiritual de la Iglesia de Cristo, un sitio excepcional pertenece a “los tres grandes iluminadores del sol trino de la divinidad”: Basilio el Grande, Gregorio el Teólogo y Juan Crisóstomo. Estos Tres Jerarcas alumbrarán para siempre a la humandad con “sus actos, sus palabras y sus dogmas”, pero también abrevarán y refrescarán al mundo entero con manantiales de agua del conocimiento divino verdadero, dando testimonio del Dios Trino, como “ríos que traen la miel de la sabiduría”. Nuestra Santa Iglesia celebra con ellos al Señor, y los presenta ante los fieles cristianos para que cada uno los imite, según sus posibilidades. (...)
A estos mentores, que, prodigiosamente, supieron unir la sabiduría del mundo con la sabiduría de lo alto, esa que viene de Dios, los admiran naciones enteras, los encomian poetas y escritores, filósofos e historiadores, y los fieles cristianos los honran, los enaltecen y los ensalzan en el Señor, por su inefable grandeza.
Sin embargo, ¿a quién se debe esa grandeza, de dónde aparecieron tantas victorias, tantos luminosos logros, tantas conquistas espirituales, tanta gloria y tanto honor? En primer lugar, al hecho de haber obtenido la Gracia todopoderosa de nuestro Señor Jesucristo. A Dios, en Quien creyeron sin permitirse la más mínima duda, pero también a sus luchas y sacrificios personales. Sin embargo, hubo otro factor humano que ayudó enormemente a su formación: la importantísima contribución de sus madres, mujeres piadosas y llenas de virtudes.
Desde luego que admiramos a estos “ríos que traen la miel de la sabiduría”, pero poco recordamos a los manantiales terrenales de donde brotaron estos ríos. Ensalzamos a estos tres “gigantes” del espíritu, pero raras veces nuestra mente se acuerda de las santas y dignas personas que los trajeron al mundo, los criaron y los entregaron con toda el alma a la Iglesia de Cristo. Esas santas mujeres, a quienes Dios les permitió ser las madres de tan excepcionales hombres, fueron los instrumentos divinos que dieron a la Iglesia estos sapientísimos jerarcas y maestros, portadores del Espíritu Santo.
El misterio de la grandeza de estos tres Jerarcas se encuentra, de forma abiertamente testimonial, en esas tres piadosas mujeres, sus madres: Emilia, Nona y Antusa. Y esta verdad fue manifestada “con su propia boca” por estos ángeles terrenales, moradores del Cielo, y lo consignaron en sus escritos, para que las generaciones venideras conocieran el inmenso y sublime poder de ese colaborador de Dios llamado MAMÁ. (...)
Las madres de estos tres Jerarcas entendieron la magnitud de su misión, y por eso fue que se entregaron, se sacrificaron y se ofrendaron a la labor materna de formar a sus hijos “en la enseñanza y la autoridad del Señor”, para que estos llegaran a ser verdaderos maestros y santos de la Iglesia.
(Traducido de: Atanasie I. Skarmoghiani, Mamele eroine ale Sfintilor Trei Ierarhi, Editura Egumenița, Galați, 2012, pp. 9-13)