Palabras de espiritualidad

La esencia de la paz de Cristo

    • Foto: Florentina Mardari

      Foto: Florentina Mardari

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La esencia de la paz de Cristo radica en el perfecto conocimiento que tenía del Padre. Lo mismo ocurre con nosotros: si conocemos la Verdad Eterna, todos los dolores de esta vida son apartados a la periferia de nuestra existencia.

Actualmente, la mística no-cristiana atrae a muchos que se sienten decepcionados por la banalidad y el vacío de la existencia contemporánea. Sin embargo, estas personas ignoran la verdadera esencia del cristianismo. El cristianismo implica sufrimiento, pero un sufrimiento que nos lleva a adentrarnos en los misterios de la existencia. El sufrimiento hace posible la comprensión de nuestra humanidad y libertad. En momentos de congoja, el cristiano recuerda que: “toda la creación gime y está en dolores de parto hasta el momento presente” (Romanos 8, 22) y su mente es consciente de que la misma vida fluye en todos nosotros.

La extensión de las dimensiones de nuestra conciencia nos emparenta con millones de semejantes nuestros dispersos por todo el mundo. Un reconocimiento profundo del sufrimiento humano, hace que brote una intensa oración que transfiere todas las cosas al terreno del espíritu.

Recuerdo haber leído en un diario que un ingeniero, probando un motor a reacción, sin darse cuenta entró en el chorro de aire producido por el motor. Esa poderosa corriente, atrapándolo, lo elevó a cierta altura sobre el suelo. Viendo lo que ocurría, su asistente corrió a detener el motor. En ese instante, el ingeniero cayó al suelo... muerto. Algo semejante ocurre con el hombre de oración: luego de ser llevado a una esfera más alta, regresa a la tierra “muerto”, sin muchas de las cosas que pertenecen a este mundo. Una nueva vida, llena de luz, se ha mostrado en él, y las distracciones infantiles que tanto preocupan a la mayoría de personas dejan de ofrecerle algún interés o atractivo.

Si medimos la calidad de nuestra vida, no con la suma de todas las sensaciones psico-físicas agradables que el mundo nos ofrece, sino por medio de la extensión de la conciencia que tenemos, con relación a la realidades del universo, pero. especialmente, a la Verdad Primera y Última, entenderemos qué hay detrás de las palabras de Cristo: “Mi paz os doy”, dichas a Sus discípulos algunas horas antes de morir en la Cruz. La esencia de la paz de Cristo radica en el perfecto conocimiento que tenía del Padre. Lo mismo ocurre con nosotros si conocemos la Verdad Eterna: todos los dolores de esta vida son apartados a la periferia de nuestra existencia, mientras la luz de la vida que procede del Padre empieza a dominar en nuestro interior.

Ningún logro o bienestar temporal puede ofrecernos una paz auténtica, si continuamos ignorando la Verdad. No hay tantos individuos con el suficiente coraje espiritual como para desviarse del camino ya andado por los demás. El coraje nace de una perseverante fe en Cristo-Dios. Esta es la victoria que conquistó al mundo: nuestra fe (Juan 5, 4).

(Traducido de: Arhim. Sofronie Saharov, Rugăciunea, experiența Vieții Veșnice, Editura Pelerinul, p. 68-69)