La esperanza, infatigable compañera
La esperanza lo transforma todo, lo embellece, lo perfecciona, librando al hombre de las tribulaciones y ayudándolo a salir adelante.
¿Hay acaso algo más hermoso que la esperanza? ¿Hay algo más refulgente, más santo, más valioso, más grandioso y mejor que ella? ¡Nada, en verdad!
Tomemos de ejemplo al enfermo que yace en su lecho, sin ninguna fuerza para sanar, abandonado por todos. Sólo la esperanza sigue junto a él, sin apartarse por un instante, ofreciéndole consuelo, fortaleza y alivio en su dolor.
La esperanza fortalece y da coraje a los corazones temerosos, mostrándolos firmes, seguros y valientes, para que puedan vencer las aflicciones y las desventuras. La esperanza en el Señor inspira a aquel que ha sido vencido por el sufrimiento, y le da nuevas fuerzas para dejar atrás su debilidad. La esperanza en el Señor aparta la oscura desesperanza, tan llena de temores, atrayendo la misericordia divina y la salvación. La esperanza en el Señor ampara a los caídos. La esperanza en la misericordia de Dios levanta a los postrados; ella deshace las cadenas atadas a los pies de los prisioneros. ¡Verdaderamente, la esperanza es un enorme don divino! La esperanza lo transforma todo, lo embellece, lo perfecciona, librando al hombre de las tribulaciones y ayudándolo a salir adelante.
(Traducido de: Monahul Teoclit Dionisiatul, Sfântul Nectarie din Eghina Făcătorul de minuni, Editura Sophia, p. 197)