La extraordinaria experiencia de la oración
Para Dios no existe la virtualidad, sino solamente la realidad. En el momento en el que Dios piensa en algo, ese algo comienza a existir.
El Santo Apóstol Pablo tiene un texto muy bello, en la Carta a los Romanos, en el cual habla de Dios con estas palabras: “(Él) llama a la existencia a las cosas que no existen”. Es decir que para Dios no existe la virtualidad, sino solamente la realidad. En el momento en el que Dios piensa en algo, ese algo comienza a existir. En el mismo instante en el que decide hacer algo, eso que Él ha pensado toma forma y vida. Esta clase de oración, a la cual me refiero, creo que es el nivel más alto, incluso para que el fiel “común” pueda orar en verdad.
Así, la oración deja de ser una petición, para convertirse en un agradecimiento permanente. Del mismo modo, en una oración litúrgica que los fieles no suelen escuchar, el sacerdote le agradece a Dios por el Reino que vendrá. Le agradece por algo que todavía no ha venido, pero que, con certeza, ha de venir, porque fue prometido por Dios, y todo lo que Dios promete comienza, ante Sus ojos, a ser una realidad, aunque aún no lo sea para nosotros. Esta es una forma extraordinaria de ver las cosas.
La oración, como manantial de poder, como fuente de fuerzas espirituales, sin duda, pero también de fuerzas físicas, implica, en las pruebas de la vida, por medio de las pruebas de la vida, una experiencia extraordinaria. La prueba puede ser una enfermedad, puede consistir en alejarnos de nuestros seres queridos, puede ser un estado de soledad, puede ser una adversidad familiar. La gama es muy grande y la podemos descubrir fácilmente con nuestra experiencia de cada día.
(Traducido de: Mitropolit Bartolomeu Anania, Rugăciunea, izvor de putere în încercările vieții, Editura Doxologia, 2013, pp. 19-20)