La fuerza de la mujer
No hay nada más poderoso que una mujer devota y juiciosa, para apaciguar y modelar el alma del hombre.
La esposa que está todo el día en casa, como en una escuela de filosofía puede concentrar mejor su mente para orar y leer. Así como los anacoretas no tienen nada que les ofusque, porque viven en retiro, así también la mujer que permanece en casa puede gozarse incesantemente de su paz.
Y si alguna vez tuviera que salir de casa, esa salida tampoco será motivo de perturbación para ella. Porque asistir a la iglesia o las termas, por ejemplo, es algo absolutamente necesario para la mujer. Estando en casa, ella tiene la oportunidad de ensimismarse y meditar, de tal forma que, al volver su marido, podrá tranquilizarlo si lo observa desconcertado, ayudándolo a vencer los pensamientos que le atormentan. Así, el hombre podrá volver a sus actividades lleno de la paz y las bondades que ha recibido de su esposa.
Porque no hay nada más poderoso que una mujer devota y juiciosa, para apaciguar y modelar el alma del hombre. Porque éste no escuchará a nadie, como lo hace con la consejera que vive a su lado. Y es que los consejos de la mujer son, además, agradables para él, siendo que ama a quien se los ofrece.
Podría mencionarles los casos de muchos hombres duros y severos, apaciguados por sus esposas. Porque la mujer es —para el hombre—, compañera en lecho y mesa, en la crianza de los hijos, en sus conversaciones y pensamientos, en sus entradas y salidas, así como en muchas otras actividades. En verdad, hombre y mujer están unidos como la cabeza lo está al cuerpo. Y si es prudente y cuidadosa, la mujer sabrá vencerlo todo y sobreponerse a todo, tan sólo por amor a su esposo.
Por eso, que la mujer aconseje a su marido. Porque, tanto para bien como para mal, tiene una gran ascendencia sobre él.
(Traducido de: Sfântul Ioan Gură de Aur, Cuvântări despre viața de familie, traducere Pr. Marcel Hancheș, Editura Învierea, Timișoara, 2005, p. 82-83)