La fuerza del que practica una sencilla virtud
Tarde o temprano, el orgullo le trae al hombre deshonra, haciéndolo caer con todo y su soberbia, sus planes y sus cálculos.
La humildad no hace débil al hombre, sino que lo fortalece, porque el poder de Dios obra y actúa por medio de esta virtud. Por su parte, el orgulloso sí que es débil, porque rechaza la todopoderosa Gracia de Dios se queda solamente con sus propias y humanas fuerzas, las cuales, ciertamente, son mucho más débiles y menos importantes que el don de Dios. Así pues, tarde o temprano, el orgullo le trae al hombre deshonra, haciéndolo caer con todo y su soberbia, sus planes y sus cálculos.
Entonces, para enmendar la caída en pecado de nuestros ancestros —que envenenó a la humanidad entera con el veneno del orgullo y la desobediencia—, nuestro Señor Jesucristo nos enseñó y nos demostró, con el ejemplo de Su propia vida, en qué consisten la humildad y la obediencia a la voluntad de Dios.
Desde ese momento, la humildad y la obediencia se convirtieron en el nuevo ideal de la humanidad cristiana, que fue renovada por Cristo.
(Traducido de: Arhiepiscopul Averchie Taușev, Nevoința pentru virtute. Asceza într-o societate modernă secularizată, Editura Doxologia, traducere de Lucian Filip, Iași, 2016, p. 34)