La grandeza del misterio del Matrimonio
La relación entre el creyente y Cristo es la de la Iglesia entera y Cristo.
“Gran misterio es éste, lo digo respecto a Cristo y la Iglesia” (Efesios 5: 32).
¡Qué grande es el misterio por el cual el hombre deja a su padre y a su madre, para unirse a su mujer! El mismo Apóstol, que subió hasta el tercer cielo y vio los misterios divinos, llama a la unión física entre hombre y mujer, por medio del santificado matrimonio terrenal, un gran misterio.
Se trata del misterio del amor y la vida, ante la cual más grande es solamente la unión entre Cristo y Su Iglesia. Cristo es el Novio, en tanto que la Iglesia, la Novia. Él se sacrificó por Ella de forma que con Su Sangre pudiera purificarla de toda mancha y pecado, para que fuera digna de llanarse Su Novia. Él le ofrece el calor de Su amor a la Iglesia, con Su Sangre la alimenta, con Su Espíritu Santo le da vida, la santifica y la atavía.
Lo que el esposo es para la esposa, Cristo es para la Iglesia. El varón es la cabeza de la mujer, como Cristo es la Cabeza de la Iglesia. La mujer se somete a su esposo, como la Iglesia se somete a Cristo. El esposo ama a su esposa como a su propio cuerpo, en tanto que Cristo ama a Su Iglesia como a Su Cuerpo. El esposo ama a su esposa como a sí mismo, mientras la esposa honra a su esposo. Del mismo modo, Cristo ama a su Iglesia sabiéndola Su Cuerpo, en tanto que la Iglesia le honra y se inclina ante Él. Tal como nadie podría odiar a su propio cuerpo, sino que lo alimenta y lo cobija, así también Cristo cobija y alimenta a la Iglesia como a Su Cuerpo.
Cada alma es la novia de Cristo, como lo es también la congregación de todos los fieles. La relación entre el creyente y Cristo es la de la Iglesia entera y Cristo. Cristo es la Cabeza de este gran Cuerpo que se llama Iglesia, que en parte es visible, y en parte invisible.
¡Oh, hermanos, qué grande es este misterio! Y se nos revela según la medida de nuestro amor por Cristo y según la medida de nuestro temor al estremecedor Juicio de Cristo.
¡Oh, Clementísimo Señor, purifícanos y atavía nuestras almas, para que seamos dignos de la inefable unión eterna contigo, tanto en el tiempo como en la eternidad!
Estemos atentos a la Gracia del Espíritu Santo en el Sacramento del Matrimonio:
• A la forma en que confiere una grandeza especial a la forma de venir al mundo de los hombres;
• A la forma en que confiere a las nupcias una nobleza y una honra especiales, precisamente por esa semejanza con la unión entre Cristo y Su Iglesia.
(Traducido de: Sfântul Nicolae Velimirovici, Proloagele de la Ohrida, Editura Egumeniţa, 2005)