La humildad y la esperanza dan un verdadero valor a nuestro esfuerzo
Aquellos que se esfuerzan, pero con egoísmo, practicando el ayuno, las vigilias, etc., no obtienen ningún provecho espiritual, porque golpean el aire y no a los demonios. En vez de apartar las tentaciones, enfrentan muchas más.
Para quitar las escamas que cubren los ojos de nuestra alma y poder ver con claridad, resultan de gran ayuda la negación propia y aprender a juzgarnos a nosotros mismos. Los que sean más sensibles tendrán que mantenerse especialmente atentos al primer aspecto mencionado, porque el maligno intentará arrastrarlos a la desesperanza (con una sensibilidad exagerada). La negación de uno mismo debe ser acompañada siempre de la esperanza en Dios. Si, con todo, la persona se siente intranquila, tendrá que entender que el maligno está metiendo su cola.
Cuando alguien se acongoja por sus pecados o al reconocer su ingratitud hacia Dios, pero conserva la esperanza en Él, recibe un gran consuelo espiritual. No tenemos que desesperar, cuando, a pesar de esforzarnos verdaderamente, no vemos ningún avance, sino que nos sentimos como estancados. Nosotros, los hombres, con nuestras fuerzas humanas, no escribimos más que “ceros”, aunque haya algunos que se esmeren más que otros. Pero cuando Cristo mira muestra ínfima perseverancia humana, pone al principio la “unidad” que concuerda con nuestro esfuerzo y, así, nuestros “ceros” adquieren un verdadero valor y notamos que empezamos a progresar.
Por eso, no tenemos que desesperar, sino guardar la esperanza en Dios. Tenemos que perder la esperanza solamente en nuestro “yo” y esforzarnos, en la medida de nuestras posibilidades, en vencerlo lo más rápidamente posible, antes de que él nos venza a nosotros. Aquellos que se esfuerzan, pero con egoísmo, practicando el ayuno, las vigilias, etc., no obtienen ningún provecho espiritual, porque golpean el aire y no a los demonios. En vez de apartar las tentaciones, enfrentan muchas más y luego es natural que el peso de su esfuerzo crezca, de tal forma que hasta sienten que se ahogan de tanta intranquilidad. Por su parte, el corazón de los que se esfuerzan mucho, pero con humildad y esperanza en Dios, se alegra y también su alma adquiere alas.
(Traducido de: Cuviosul Paisie Aghioritul, Epistole, Editura Evanghelismos, pp. 146-147)