Quien odia la causa de sus propias iniquidades no se deja vencer por ellas. Así, el que no sufre por causa de la vergüenza no siente ninguna atracción por la vanidad. El que ama ser difamado no se perturba por las deshonras y el que tiene un corazón humilde no se deja engañar por las tentaciones del cuerpo. Quien realmente cree en Cristo no se deja vencer por las preocupaciones pasajeras del mundo y jamás discute por ellas.

Quien, siendo ofendido e insultado por los demás, no se opone tan siquiera con su mente, es que ha alcanzado el verdadero conocimiento y demuestra tener una fe invencible en Cristo Jesús, nuestro Señor.

“¡Ay cuando todos los hombres hablen bien de vosotros!, pues de ese modo trataban sus padres a los falsos profetas” (Lucas 6, 26). “Pueblo mío, tus regidores vacilan y tus derroteros confunden” (Isaías 3, 12).

¡Ay de nosotros, si nuestro nombre recibe más honra que nuestros propios actos!

(Traducido de: Patericul Lavrei Sfântului Sava, Editura Egumenița, 2010, pp. 77-78)