La iglesia, ese mundo fuera de este mundo
En este mundo todo es pasajero, efímero, como el fuego y como el vapor. En la iglesia se concentra la eternidad para la cual fue creado el hombre; el mundo es vacío y pecado, en la iglesia todo es verdad y justicia.
Al entrar a la iglesia, cuando se celebra la Divina Liturgia o cuando no se oficia nada, hazlo como si estuvieras entrando a un mundo especial, que no se asemeja a nada de lo demás que puedas ver. Así, observa en los santos íconos los rostros de aquellos que alguna vez vivieron en este mundo y que llegaron a enaltecerse por su forma de vida tan llena de virtud, santa y milagrosa, esmerándose en asombrosos sacrificios por amor a Dios y a los demás, orando, ayunando, guardando la pureza, soportando el martirio, siendo pacientes, caritativos, etc. Es suficiente con que veas el rostro de la Santísima Madre de Dios: un prodigio de castidad, de amor a la humanidad, de mansedumbre, humildad, paciencia, oblación... Observa ahora los rostros de los santos ángeles, esas legiones celestiales como de fuego, refulgiendo con una belleza inefable, con una valentía y una fuerza invencibles, además de su amor y magnanimidad. Mira también a los santos, aquellos y aquellas que se hicieron agradables a Dios: los apóstoles, los profetas, los jerarcas, los mártires, los piadosos y toda la asamblea de santos y santas, quienes hasta día de hoy no dejan de maravillar al mundo con el poder de su fe, con los trabajos de su abnegación, con su templanza, su pureza y su paciencia.
En este mundo todo es pasajero, efímero, como el fuego y como el vapor. En la iglesia se concentra la eternidad para la cual fue creado el hombre; el mundo es vacío y pecado, en la iglesia todo es verdad y justicia.
(Traducido de: Sfântul Ioan de Kronștadt, Liturghia – cerul pe pământ, Editura Deisis, 2002, p. 139)