El arte espiritual, del cual habla San Juan Casiano, es “el más difícil de todos”, y por eso se necesita de un guía, porque es “invisible y sólo el corazón puro puede verlo”. El fracaso en este arte no provoca, de acuerdo al santo, solamente un daño terrenal, en este mundo, sino también la muerte eterna del alma. Quien no tenga un padre espiritual, para actuar de acuerdo a sus consejos, “siembra con mucho esfuerzo y sudor, trabajando como en sueños, pero no cosecha sino muy poco”. En relación a la elección del padre espiritual, prevalecen los motivos de tipo espiritual, referentes a la vida interior y a los dones espirituales que éste tenga, obtenidos como consecuencia de una vida pura.

El principio fundamental en esta elcción es su calidad de ser “un consejero y mentor en la verdad”, es decir que debe conocer bien las enseñanzas de la fe, dando testimonio de ello con su propia vida. Debe tener un alto nivel de comprensión, una mente humilde y una mansedumbre perceptible en todos sus actos. De todos los dones que debemos buscar en un padre espiritual, el más preciado es el discernimiento espiritual. Un confesor lleno de estas virtudes es capaz de distinguir las clases de pensamientos que nos invaden, angélicos o divinos, humanos o diabólicos, para darnos un consejo salvador, útil para nuestra alma.

El verdadero padre espiritual sabe aplicar los medicamentos correctos. Debe ser un buen conocedor de las realidades espirituales, de la lucha invisible, no sólo por haberlo leído, sino por propia experiencia.

(Traducido de: Preot Ioan C. Teșu, Teologia necazurilor, Editura Christiana, p. 109-110)