Por medio de las oraciones de los sacerdotes, la Gracia de Dios desciende sobre todo el pueblo y son repartidos abundantemente los dones del Espíritu Santo. Por medio de sus oraciones, las almas y los cuerpos de los fieles se santifican, y sus plegarias traen sanación sin pedir nada a cambio. Moisés llama “dios” al sacerdote, diciendo: “No blasfemarás contra los jueces y no maldecirás al que es jefe en tu pueblo”. Interpretando estas palabras proféticas, San Juan Crisóstomo dice que el profeta, cuando habla de los “jueces”, se refiere a los sacerdotes de Dios, a quienes han sido santificados con el don del sacerdocio, porque a estos la Ley los llama “dioses”. Dios Mismo llama “dios” a Moisés ante el Faraón, diciendo: “Mira lo que hago: vas a ser como un dios para el Faraón, y Aarón, tu hermano, será tu profeta”.

(Traducido de: Sfântul Nectarie de Eghina, Despre preoție, Editura Doxologia, Iași, 2013, p. 34)