La infelicidad de un hombre que lo tenía todo
Vana y perecedera es la honra del mundo, los cargos, las riquezas. Lo único realmente importante son las virtudes y su práctica.
En Bizancio hubo un emperador que tenía un funcionario a quien solía favorecer. Ciertamente, lo quería mucho, de tal suerte que a lo largo del tiempo le había otorgado muchos bienes, cargos, honores, etc. Pero, a pesar de todo, con el paso del tiempo, el funcionario empezó a sumirse en una profunda tristeza. Viéndolo tan apesadumbrado, el emperador le preguntó:
—¿Qué te ocurre, amigo? ¡Te he dado todo lo que podrías necesitar! ¡Nada te falta! ¿Por qué no eres feliz?
—Alteza, sí hay algo que me falta.
—¿Hay algo que no tengas? ¡Te lo daré inmediatamente!
—No, no hay nadie que pueda darme eso que echo en falta.
—¿Hay algo que yo, un emperador, no pueda darte?
—Sí, hay algo que ni siquiera su Alteza puede darme.
—¿Qué es eso cuya ausencia te ha llenado de tanto pesar?
—Lo que necesito es… un clavo.
—¡¿Un clavo?! ¿Acaso yo no puedo darte un clavo? Si quieres, ahora mismo ordeno que te hagan uno de oro puro.
—No, Alteza. El clavo que yo quiero es uno especial.
—¿Qué clase de clavo?
—Quiero un clavo para sujetar todo lo que su Alteza me ha dado hasta hoy, para no perder nada de eso jamás. ¿Es posible que me dé algo así?
Entonces, el emperador entendió qué era lo que quería el funcionario.
—¿Cómo puedo regocijarme con todas esas cosas, si sé que, en cualquier momento, podrían desaparecer de una forma u otra, o que yo podría partir de este mundo, abandonándolas repentinamente y para siempre?
No hay nada en este mundo que sea perenne, ningún bien. «Todas las cosas del hombre son insustanciales, ¿cuántas no se pierden al morir?». (De un cántico que se entona en los responsos). Y agrega el himnógrafo: «No perdura la riqueza, no nos acompaña la honra. Porque, al venir la muerte, todo eso se pierde».
En cierta ocasión, un teólogo “moderno” me dijo. «No puedo entender la diferencia entre “todas las cosas del hmbre son insustanciales” y lo que dice un canto popular, “todo es mentira, una exhalación, como un céfiro”». Hay una gran diferencia, un abismo. Si nos centramos en «todas las cosas del hombre son insustanciales», no hay ninguna diferencia entre el cántico mencionado y la tonada popular. La diferencia aparece justo con lo que sigue: «¿cuántas no se pierden al morir?».
Vana y perecedera es la honra del mundo, los cargos, las riquezas. Lo único realmente importante son las virtudes y su práctica. Todo lo bueno que hacemos en este mundo nos acompaña después de morir. Las virtudes nos acompañan en la otra vida y, por eso, tenemos que cultivarlas con esmero.
(Traducido de: Arhimandritul Epifanie Theodoropulos, Toată viața noastră lui Hristos Dumnezeu să o dăm, Editura Predania, București, 2010, pp. 40-41)