La ira, una locura transitoria
La furia y la ira son maldades comunes a todas las personas. ¡Y qué dolorosa es esa experiencia!
Decía Séneca, refiriéndose a la ira: “Ninguna calamidad costó más al género humano... sus consecuencias son los crímenes, los envenenamientos, las guerras, los incendios y las ciudades arrasadas”. La ira es sabiamente caracterizada como una “trampa inesperada” y una “locura pasajera” por San Basilio el Grande, en su obra “Homilía contra los cólericos”.
¿Quién no ha sentido el aguijón de la ira? ¿Quién no se ha lamentado, después, de sus imprevistas consecuencias? La furia y la ira son maldades comunes a todas las personas. Del latido incontrolable del corazón hasta la peor de las venganzas, la gama de manifestaciones de la ira es muy amplia, dependiendo de la sensibilidad de cada uno. ¡Y qué dolorosa es esa experiencia!
Sin embargo, para el creyente, la más ínfima reacción ante la ofensa recibida —justa o injusta— significa ya una violación a los mandamientos de Dios, la disipación transitoria del amor, el alejamiento de la Gracia del corazón y caer bajo el dominio del espíritu maligno.
(Traducido de: Glasul Sfinţilor Părinţi, traducere Preot Victor Mihalache, Editura Egumeniţa, 2008, p. 36)