La lucha contra las tentaciones demuestra lo que somos
Una vez somos conscientes de lo que tendríamos que ser, las fuezas del maligno van saliendo a nuestro encuentro para pedirnos explicaciones por nuestra insumisión.
Mientras vamos a merced de las olas, dejándonos arrastrar hacia el pecado, no libramos lucha alguna, ni nos despertamos del sopor al que nos tiene sometido el enemigo (II Timoteo 2, 26); estamos convencidos de que todo va bien con nosotros, ¡vivimos “tranquilamente” y llenos de contento, mientras vamos cayendo mansamente a lo profundo del infierno!
Pero, una vez discernimos las capacidades que nos fueron dadas y somos conscientes de lo que tendríamos que ser, las fuezas del maligno van saliendo a nuestro encuentro para pedirnos explicaciones por nuestra insumisión. Y no lo hacen con toda la furia del mal, porque Dios no se los permite, pero sí con ardides y trampas, con mentiras, figuraciones aterradoras y cualquier otra clase de celadas. Por otra parte, también se valen de las herramientas que les son propias (Juan 8, 44), es decir, de nuestros semejantes que se han dejado embaucar y que hacen todo lo que los demonios les enseñan. Por eso es que dice el sabio: “Hijo, si te decides a servir al Señor, prepara tu alma para la prueba” (Eclesiástico 2, 1).
Dice también uno de los Santos Padres: “Si quitas las tentaciones, nadie más se selvará”. La lucha contra las tentaciones nos demuestra de qué estamos hechos, qué somos: madera, piedra, cobre, paja, “polvo y ceniza” (Génesis 18, 27), o el oro de la humildad, que es el manto de Dios.
(Traducido de: Părintele Arsenie Boca mare îndrumător de suflete din secolul XX, Editura Teognost, Cluj-Napoca, 2002, p. 185)