Palabras de espiritualidad

La lucha del cristiano por volver a Dios

    • Foto: Bogdan Zamfirescu

      Foto: Bogdan Zamfirescu

Este diagnóstico de la enfermedad del hombre es muy útil para quienes forman parte del clero, porque los sacerdotes son tanto los médicos como los jueces por los que habrá de pasar el enfermo para volver a la salud y la vida.

Veremos ahora en qué consiste, con exactitud, la lucha que todos los cristianos están llamados a librar, empezando con los sacerdotes. Es un hecho evidente que todos partimos de una forma de vida que no es cristiana. Todos somos pecadores en nuestra mente, en nuestro libre albedrío, en nuestros actos. Por eso, nuestra lucha consiste en desvestir al hombre viejo, con sus actos y sus apetitos, para vestir al hombre nuevo, edificado por y para Dios. Se trata de transformarnos, de sufrir un cambio para bien, erradicando el pecado de nuestra alma, de manera que pueda venir Cristo, a Quien hemos abrazado con el Bautismo y Quien se forma en nosotros cuando vivimos según Sus disposiciones [1].

Ciertamente, in potentiam [2] portamos la imagen del hombre celestial [3] en vez del hombre terrenal que portábamos antes de ser bautizados. Pero, esa in potentiam tiene que dar paso a un in actumesa potencialidad necesita hacerse actualidad, acción, movimiento, para tener un resultado positivo. Nuestro Buen Señor, desde el momento en el cual, con Su Cruz, nos dio la libertad y la posibilidad de entrar a la vida eterna, nos enseñó también el camino práctico que inevitablemente debemos andar para que dicha promesa se materialice. Su vida llena de virtud constituye la medida y el criterio, el prototipo de vida para los fieles de todos los tiempos. Esta “puesta en práctica” es considerada por los Santos Padres como el fundamento de la contemplación. Las palabras del Santo Evangelista Lucas, al referirse a todo lo que hizo y enseñó Jesús” [4] son el mejor ejemplo del vínculo entre acción y contemplación.

Recordemos también la descripción que el Santo Apóstol Pablo hace del hombre terrenalel hombre viejoel cuerpo del pecado, para poder reconocer lo que somos y lo que hay en nuestro interior, y, en consecuencia, saber qué lucha debemos librar. “Sabemos que la ley, dice él, “es espiritual, pero yo soy carnal, vendido como esclavo al poder del pecado. No entiendo lo que me pasa, pues no hago lo que quiero; y lo que detesto, eso es justamente lo que hago. Y si lo que no quiero, eso es lo que hago, reconozco con ello que la ley es buena”. Y sigue: “Pero entonces, no soy yo quien hace eso, sino el pecado que reside en mí, porque sé que nada bueno hay en mí, es decir, en mi carne. (…) Y así, no hago el bien que quiero, sino el mal que no quiero. Pero cuando hago lo que no quiero, no soy yo quien lo hace, sino el pecado que reside en mí. De esa manera, vengo a descubrir esta ley: queriendo hacer el bien, se me presenta el mal. Porque de acuerdo con el hombre interior, me complazco en la Ley de Dios, pero observo que hay en mis miembros otra ley que lucha contra la ley de mi razón y me ata a la ley del pecado que está en mis miembros”. Y termina en un doloroso impasse: “¡Ay de mí! ¿Quién podrá librarme de este cuerpo que me lleva a la muerte?”.

Esta descripción nos muestra la perversión que hemos sufrido por el pecado y la triste destrucción de nuestra imagen y semejanzaPablo nos revela la fuerza del pecado que hay en nuestro interior y que no solamente puede convencer a la voluntad humana, sino que también puede coaccionarla. La misma idea la encontramos en aquellas palabras que afirman que “el pensamiento del hombre vuelve insistentemente a las iniquidades de su juventud”.

Este diagnóstico de la enfermedad del hombre es muy útil para quienes forman parte del clero, porque los sacerdotes son tanto los médicos como los jueces por los que habrá de pasar el enfermo para volver a la salud y la vida. Las condiciones necesarias para tal sanación son, en primer lugar, la renuncia a todo aquello que lleve al hombre a pecar. En segundo lugar, una contrición sincera, para convencer a la Bondad Divina de que tal arrepentimiento es real y de que el hombre está dispuesto a volver a su confesión de fe original. En tercer lugar, el sacrificio y el trabajo voluntario, para hacer un contrapeso al amor al placer y al pecado que antes reinaban en el alma.

(Traducido de: Gheron Iosif Vatopedinul, Cuvinte de mângâiere, în curs de publicare la Editura Doxologia)

[1] Gálatas 4, 19.

[2] Es decir, como una posibilidad, potencialmente.

[3] 1 Corintios 15, 49.

[4] Hechos 1, 1.

[5] Romanos 7, 14-24.