La lucha invisible de nuestra vida espiritual
La lucha espiritual es invisible, porque el alma que la libra también es invisible. Esa lucha no debe dirigirse en contra de los hombres, sino contra las pasiones que hay en nuestro interior y los demonios que nos atacan desde fuera.
A diferencia de la muerte, que es la ausencia del alma y sinónimo de inmovilidad, la vida se caracteriza por ser movimiento y lucha. La vida espiritual es también movimiento y lucha. En la vida espiritual, el movimiento tiene que tender hacia adelante y hacia arriba, para alcanzar la perfecta semejanza con Dios (Mateo 5, 48). Si el hombre deja de moverse hacia Dios, empezará a derrumbarse por dentro, lo cual es señal de muerte espiritual. Un ejemplo de esto lo tenemos en el agua que fluye permanentemente, la cual no tiene cómo adquirir un olor desagradable, porque todo el tiempo está en movimiento. Por su parte, el agua estancada se vuelve mohosa y pestilente.
La lucha espiritual es invisible, porque el alma que la libra también es invisible. Esa lucha no debe dirigirse en contra de los hombres, como seres visibles, con los cuales, muy a menudo, por causa de algún malentendido terminamos generando relaciones de enemistad. Esa lucha debe librarse en contra de las pasiones que hay en nuestro interior y los demonios que nos atacan desde fuera. Esto nos lo confirma el Santo Apóstol Pablo, quien dice: “Porque nuestra lucha no es contra la carne y la sangre, sino contra los principados, contra las potestades, contra los dominadores de este mundo tenebroso, contra los espíritus del mal que están en las alturas” (Efesios 6,12) es decir, en contra de los demonios.
(Traducido de: Arhimandritul Serafim Alexiv, Viața duhovnicească a creștinului ortodox, Editura Predania, București, 2010, p. 9)