La luz que nos trae el conocimiento de Dios
Así somos nosotros, en las condiciones de esta vida: una lamparilla con mecha y aceite, pero aún apagada.
Cuando alguien se decide a dejarse conducir por la Providencia, en un impulso de amor a Dios, es decir, cuando quiere sobrepasar conscientemente su condición humana —bajo la acción de la Gracia Divina, por supuesto—, puede ver desde esta vida la garantía de su perfección, en un sentimiento de libertad, como una resurrección de entre los muertos.
El tiempo, la causalidad, el mundo, la vida y todos los peajes del conocimiento, impregnados del tormento de las contradicciones, se quedan en la tierra, como una cáscara de huevo después de que el polluelo sale de ella, o del mismo modo en que de una desagradable oruga —que recién acaba de pasar por una muerte aparente como crisálida— brota y vuela una mariposa con todos los colores posibles. Así somos nosotros, en las condiciones de esta vida: una lamparilla con mecha y aceite, pero aún apagada.
Cuando alcanzamos el conocimiento de lo que somos en realidad, cuando entendemos que tenemos un parentesco con Dios —que radica justo en nuestra estructura espiritual—, que nos hallamos a las puertas de elegir un modelo de vida que nos ayude, aunque nos volvamos desagradables para el mundo, Dios enciende esa lamparilla e ilumina toda nuestra vida con el concepto cristiano de lo que son el mundo y la vida misma.
(Traducido de: Părintele Arsenie Boca mare îndrumător de suflete din secolul XX, Editura Teognost, Cluj-Napoca, 2002, p. 138)