La megalomanía y el delirio de persecución, la cuarta etapa en el desarrollo del orgullo
Aquí se demuestra la profundidad de la definición de San Juan Climaco: “El orgullo representa la pobreza extrema del alma”.
Finalmente, al llegar al último nivel, el hombre rompe con Dios.
Si antes el individuo pecaba por su impulsividad, para decirlo de alguna forma, y por tener un espíritu rebelde, ahora se permite cualquier cosa: el pecado no lo atormenta, sino que se convierte en un hábito para él. Si en esta etapa el pecado se convierte en algo fácil para él, entonces también le resultará fácil entrar en relación con el demonio, avanzando en el camino de la oscuridad. Su estado espiritual se vuelve lóbrego, carente de toda luz; su soledad es total, pero sigue firme en la convicción de que lo que hace es lo correcto y se siente seguro de ello, en tanto que unas negras alas lo llevan rápidamente a la perdición.
A decir verdad, entre semejante estado y la demencia más pura, la diferencia es cosa de matices.
El orgulloso se mantiene en un estado de aislamiento total (“la oscuridad de afuera”). Veamos cómo discute y cómo entra en riñas con los demás: o no escucha nada de lo que se le dice, o escucha solamente lo que coincide con sus puntos de vista. Y si se le dice algo contrario a sus opiniones, se enfada como si hubiera sido ofendido personalmente, se vuelve grosero y rechaza todo con vehemencia. En todos ve solo las características que él mismo les atribuye arbitrariamente, de manera que, cuando elogia, sigue siendo orgulloso, cerrado en sí mismo, inabordable para lo objetivo.
Un punto particular de esto lo constituye el hecho de que dos de las formas más comunes de enfermedades psíquicas —la megalomanía y el delirio de persecución— provienen directamente de una “autoapreciación desmedida” y son absolutamente inconcebibles en los individuos humildes, simples, que olvidan su propio “yo”. Por eso, los psiquiatras consideran que a la paranoia conducen, en primer lugar, el exacerbado sentimiento de la propia personalidad, la actitud hostil hacia los demás, la pérdida de la normal capacidad de adaptación, la perversión de las apreciaciones. El paraoico clásico jamás se ataca a sí mismo, porque ante sus ojos siempre tiene la razón, y se siente profundamente descontento con quienes le rodean y con sus propias condiciones de vida.
Aquí se demuestra la profundidad de la definición de San Juan Climaco: “El orgullo representa la pobreza extrema del alma”.
El orgulloso sufre derrotas en todos los planos:
Psicológico – pesadumbre, oscuridad, impotencia.
Moral – soledad, pérdida del amor, maldad.
Teológico – la muerte del alma, que anticipa la muerte del cuerpo; el infierno ya desde esta vida.
Fisiológico y patológico – enfermedad nerviosa y espiritual.
(Traducido de: Preotul Aleksandr Elceaninov, Cum să biruim mândria, traducere din limba rusă de Adrian Tănăsescu-Vlas, Editura Sophia, București, 2010, pp. 57-59)