La mejor forma de alcanzar la humildad
¡Suspira desde lo profundo de tu alma y derrama muchas lágrimas! Con esto estarás demostrando que, ante el egoísta placer individual, prefieres la humilde contricón.
La humildad se obtiene así:
Si tu hermano te desprecia, si te hace sufrir o te perjudica, intenta extinguir, con calma, la aversión nacida en tu corazón, acordándote de tus pecados ocultos y dignos de un llanto amargo, y repítete que tienes que soportar las ofensas de tu semejante, para poder purificarte de toda la miseria acumulada en tu interior. Con esto estarás demostrando que tienes sed del gratífico don de la humildad.
Si los demonios te ponen trampas y empiezan a inmiscuirse en tu mente, despertando en tu corazón los deseos más impuros, proyectando en tu imaginación las más perversas figuraciones o enseñándote a diseñar quién sabe qué plan de venganza, o cómo herir, o cómo pecar, persevera en la oración humilde, oponiéndote a esas tentaciones; ¡suspira desde lo profundo de tu alma y derrama muchas lágrimas! Con esto estarás demostrando que, ante el egoísta placer individual, prefieres la humilde contricón. Y Dios te dará la humildad llena de Gracia, que hará que los demonios huyan de ti.
Si Dios Mismo, en Su bendita Providencia, te pone a prueba y desea llevarte a la humildad, permitiendo que enfrentes distintas tribulaciones, fracasos, enfermedades, castigos, daños y cualquier clase de sufrimiento, reúne todas tus fuerzas espirituales para evitar quejarte ante Él. Renuncia a todas esas preguntas soberbias: “¿Por qué Dios me pone a prueba? ¿Es que tanto le he fallado?”. Y abraza todas las aflicciones como una retribución correspondiente por tus pecados y como un medicamento lleno de misericordia para tus iniquidades visibles u ocultas. Entonces te sentirás aliviado y Dios te concederá tener una mente humilde, bajo cuya luz se clarificarán para ti las palabras del Santo Apóstol Pablo: “Todo castigo, en el momento de recibirlo, es desagradable y motivo de disgusto; pero después, en los que se han ejercitado en él, produce frutos de paz y de justicia” (Hebreos 12, 11).
Si procedes siempre de esta manera, Dios, Quien permitió que todo eso te sucediera para llevarte a la humildad, transformará tus tentaciones en cosas de provecho para tu alma, las acusaciones de los demás en una humilde conciencia de tu propia maldad, las maldades ajenas en virtud tuya, las tentaciones del maligno en tu propio esfuerzo, y la agitación por la que has pasado, en una profunda paz.
(Traducido de: Arhimandritul Serafim Alexiev, Smerenia. Tâlcuire la Rugăciunea Sfântului Efrem Sirul, Editura Sophia, București, 2007, pp. 71-73)