Palabras de espiritualidad

La memoria de nuestros difuntos en la práctica litúrgica y las oraciones personales del cristiano ortodoxo

    • Foto: Constantin Comici

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“Haz que descansen, oh Dios, Tus siervos, y llévalos al Paraíso, allí donde resplandecen los santos y los justos. Haz descansar a tus siervos difuntos, perdonándoles todos sus pecados”.

Para los cristianos ortodoxos, la oración por los difuntos no es una opción personal, una muestra de fervor exagerado, etc. Al contrario, es un elemento permanente de los oficios litúrgicos de cada día. Por tal razón, contamos con una gran cantidad de oraciones con ese propósito: “Tú, que, con profunda sabiduría y amor a la humanidad, todo lo ordenas y das a todos lo que es de su beneficio, Único Creador, concede el descanso, Señor, a las almas de Tus siervos, pues han puesto su esperanza en Ti, Creador, Hacedor y Dios nuestro”.

 O: “Haz que descansen, oh Dios, Tus siervos, y llévalos al Paraíso, allí donde resplandecen los santos y los justos. Haz descansar a tus siervos difuntos, perdonándoles todos sus pecados”.

Otras tienen un tono un poco más sombrío, recordándonos la posibilidad de llegar a separarnos eternamente de Dios: “Del fuego eterno, de la oscuridad más profunda, del rechinar de los dientes, del gusano que no duerme y de todo dolor, libra, oh Señor, a Tus siervos difuntos”.

Las súplicas por los difuntos no tienen límites rígidos. ¿Por quién oramos? En sentido estricto, en nuestras oraciones comunitarias, los cánones ortodoxos autorizan las oraciones nominales solamente por aquellos que vivieron en comunión visible con la Iglesia. Pero también hay casos en los que nuestras oraciones son mucho más amplias. En los oficios vespertinos del Domingo del Pentecostés (o “del arrodillamiento”) se pide también por los que están en el infierno: “También en esta fiesta, Señor, completamente perfecta y redentora, te has complacido en recibir nuestras oraciones de intercesión por quienes se hallan retenidos en el infierno, dándonos grandes esperanzas de que enviarás alivio y consuelo a quienes son abatidos por la tristeza más profunda”.

(Traducido de: Episcopul Kallistos WareÎmpărăția lăuntrică, Editura Christiana, 1996, pp. 29-30)