La mujer, en su lugar de trabajo —en donde Dios dispuso que estuviera—, si guarda la pureza, si es creyente, si es correcta, si es laboriosa y si es diligente en todo lo que pueda ayudar, no necesitará predicar nada, porque su misma forma de vida lo hará por ella.

Aquí se cumple lo que dijo San Talasio de Libia: “¡Cállate! ¡Deja que sean tus actos los que hablen!”, o: “¡Reprende y corrige a los que están a tu lado con la fuerza de tus actos, no hablándoles sin medida!”.

Actuando así, la mujer se convierte una luz para la sociedad y para todos aquellos que la ven, la escuchan y la entienden, porque es juiciosa ante todos los problemas. Efectivamente, la mujer deviene en luz para la sociedad, si en su puesto de trabajo conserva todos los rasgos que he mencionado.

(Traducido de: Ne vorbește Părintele Cleopa - 3, Editura Mănăstirea Sihăstria, 2004, p. 78)