Palabras de espiritualidad

“La Natividad de Cristo: la tierra devenida en Cielo” (Carta pastoral de Navidad, año 2022. S.A.E. Teófano, Metropolitano de Moldova y Bucovina)

    • Foto. Silviu Cluci

      Foto. Silviu Cluci

Cuando tuvo lugar el Nacimiento de Cristo, los ángeles cantaron: «¡Gloria a Dios en el Cielo y en la tierra paz, entre los hombres buena voluntad!». Ese canto es el nuestro también, nuestro clamor y nuestro anhelo, nuestra fe y nuestra esperanza. Estamos llamados a integrarnos profundamente a este coro celestial y terrenal, con gran perseverancia, para que se escuche por todas partes, para que alcance el sentir de muchos corazones.

† TEÓFANO

Por la Gracia de Dios, Arzobispo de Iaşi y Metropolitano de Moldova y Bucovina.

Amados párrocos, piadosos moradores de los santos monasterios y pueblo ortodoxo de Dios, del Arzobispado de Iaşi: gracia, alegría, perdón y auxilio del Dios glorificado en Trinidad, Padre, Hijo y Espíritu Santo.

“Como en el Cielo, así también en la tierra(Lucas 11, 2)

Amados hermanos sacerdotes y diáconos,

Venerables monjes y monjas,

Cristianos ortodoxos,

Con cada día que pasa, nos vamos acercando más al final del año 2022 desde el Nacimiento de Cristo.

El presente ha sido un año difícil, como lo fueron los dos que le antecedieron, llenos también de grandes pruebas: dos años de enfermedad y desasosiego, seguidos ahora de una dolorosa guerra que tiene lugar cerca de las fronteras de nuestro país.

En este contexto tan agobiante, intentamos acercarnos al misterio de la Fiesta de la Natividad de nuestro Señor Jesucristo. Y no es fácil hacerlo. Los alegres villancicos nos invitan a regocijarnos, pero sabemos que en la contigüidad hay muchos hogares que no tienen cómo calentarse, y que también hay muchas personas muriendo por causa de la guerra, no lejos de donde estamos.

¿Qué hacemos ante semejante situación? ¿En quién o en qué ponemos nuestra esperanza?

 ¿De quién esperamos una respuesta?

Se nos ofrece toda clase de explicaciones. Se buscan culpables: enfermedades desconocidas, agresores despiadados, conspiraciones, etc. El mundo se divide en ángeles y demonios, y todo el tiempo los demonios están al otro lado.

Raras veces escuchamos palabras como: “Dios”, “eternidad”, “oración”, “espíritu de oración” o “humildad de pensamiento”. A menudo vivimos como si Dios no existiera. Por tal razón, pensamos y actuamos de esa manera, con las consecuencias de rigor que todos podemos ver.

Hermanos y hermanas en Cristo, el Señor,

Preguntémonos, hermanos: los que hoy estamos presentes en la Iglesia, en el día de la Natividad del Señor, y nuestros semejantes, ¿en qué punto nos encontramos en relación con la situación actual del mundo? ¿Qué pensamos de todo lo que ocurre? ¿Cómo vemos las cosas?

Ante todo, para no equivocarnos, es imperioso retomar el testimonio de un Padre de nuestros días, para tratar de entender el estado en que nos hallamos: «Cristo entregó Su divina vida a aquellos que fueron creados según Su imagen, pero lo único que recibió como respuesta fue odio. Actualmente, después de dos milenios de cristianismo, ¿qué es lo que vemos? El mundo contemporáneo se aleja cada vez más de Cristo, de la vida eterna. La profunda oscuridad de las pasiones, el odio, la opresión y toda clase de guerras conforman nuestra existencia terrenal» [1].

Sí, este es el mundo en el que vivimos. Y el mundo somos nosotros, quienes subsistimos entre virus y guerras, pero también entre santos y excelsos estados de paz divina. En este mundo de tantas contradicciones, escuchamos la voz de Cristo: «¡Atreveos! ¡Yo he vencido al mundo!» [2].

¿Cuándo fue que Cristo venció al mundo? «Cuando se cumplió el tiempo establecido» [3], responde el Santo Apóstol Pablo, es decir, hace 2022 años.

¿Qué sucedió entonces? «Desde lo alto del Cielo, el Rey vino a nosotros de la Purísima Virgen, siendo Dios» [4], dice el cántico de la Iglesia.

¿Por qué fue que Dios descendió a la tierra, «se hizo carne y habitó entre nosotros» [5]? Responde el mismo cántico: «Viendo perecer al que creó con Sus manos y saliendo de los Cielos, el Creador descendió para encarnarse en la divina Virgen y restaurar por completo al hombre» [6].

¿Y cómo se presenta la victoria de Cristo, obtenida con Su Descenso a la tierra, con Su Muerte y Su Resurrección, con el Descenso del Espíritu Santo? La victoria de Cristo se muestra y se vive en Su Iglesia, en los hombres de todos los tiempos, quienes, por la Gracia y el poder de Dios, alcanzan «la unidad de la fe y del conocimiento del Hijo de Dios, el estado de hombre perfecto y la madurez que corresponden a la plenitud de Cristo» [7].

¿Quiénes son estos hombres? Nos lo dice el Señor: «El que escucha Mi palabra y cree en Aquel que me ha enviado, tiene Vida eterna y no está sometido al juicio, sino que ya ha pasado de la muerte a la Vida» [8]. «El que coma de este pan vivirá eternamente, y el pan que Yo daré es Mi carne para la Vida del mundo» [9]. «El que beba del agua que Yo le dé no tendrá sed jamás; más aún, el agua que Yo le daré será en él manantial que salta hasta la vida eterna» [10].

Estos son los hombres por medio de los cuales se revela la victoria de Cristo sobre el mundo. Son hombres que han vivido en tiempos pasados, pero también hoy en día es posible encontrarlos entre nosotros. No son muchos, pero es por ellos que Dios hace que el mundo perviva. Son hombres que pertenecen a la vida monástica, pero también los hay en la vida de familia. Y han recibido de Dios la orden de hacer de este mundo un “cielo”, tal como dice el villancico: «Lerui, Señor, lerui ler* / Haced, pues, de la tierra, cielo».

Cristianos ortodoxos,

Este año se cumplen 300 años del nacimiento de San Paisos Velichkovsky del Monasterio Neamț. De él, un cántico de nuestra Iglesia dice que, aún viviendo en la tierra, se hizo «un habitante del Cielo» [11], manteniendo a Cristo en el centro de su corazón. Desde su corazón, convertido en un “cielo”, también hizo de los monasterios de esta región moldova un “Cielo terrenal”. [12]

La Iglesia nos enseña esta gran verdad, la de la transformación de la mente y el corazón del hombre en un “cielo”, porque tal es el centro, el sentido y el propósito de nuestra vida: «Como en Cielo, así también en la tierra» [13] es nuestra oración de cada día.

La mayoría de nosotros no logramos llegar enteramente a ese punto. Sin embargo, todos estamos llamados a buscarlo, sin olvidar que allí es donde tenemos que estar y, tal vez, por la misericordia del Cielo, podemos participar, de vez en cuando, de las migajas que caen de la mesa del Soberano.

«Si vives», dice el padre Arsenio Papacioc, «una vida cristiana, de la mejor manera posible, con el amor y la humildad de Cristo, te encuentras gozando ya de la eternidad de la felicidad, y cada vez se hará más visible en ti el mismo Reino de Dios» [14].

Especialmente, la Divina Liturgia es el espacio, el tiempo y el estado transformados en “cielo”, en el Reino de los Cielos, en eternidad. «En su centro está la Encarnación de Cristo, el Redentor del mundo, Su vida y Su sacrificio salvadores» [15]. En la Divina Liturgia, «mientras más santo es el servicio del sacerdote y más humilde la participación de los fieles, más plenamente participan todos del misterio del Reino de Dios» [16].

Amados fieles,

Cuando tuvo lugar el Nacimiento de Cristo, los ángeles cantaron: «¡Gloria a Dios en el Cielo y en la tierra paz, entre los hombres buena voluntad!» [17]. Ese canto es el nuestro también, nuestro clamor y nuestro anhelo, nuestra fe y nuestra esperanza. Estamos llamados a integrarnos profundamente a este coro celestial y terrenal, con gran perseverancia, para que se escuche por todas partes, para que alcance el sentir de muchos corazones.

Una ferviente oración por aquellos que sufren por causa de la guerra, una actitud de perdón y, tal vez, de amor por nuestros enemigos, así como la formación de familias cristianas que traen al mundo hijos entregados a Dios, son diversas formas para disminuir el mal que hay en el mundo. La conciencia de sufrir al lado de quienes padecen los efectos de la guerra, de que pertenecemos al mismo Cuerpo en misterio de Cristo, tendría que estremecer nuestro ser entero. Cuando un miembro del cuerpo es afectado por el dolor, todos los demás miembros sufren con él. ¿Acaso lo sentimos también nosotros? ¿O hay demasiado ruido en nuestro interior y a nuestro alrededor, impidiéndonos sentir el dolor de otros, incluso de nuestros hermanos en la fe?

El día de hoy, la Fiesta de la Natividad del Señor, es el santo momento que da testimonio de nuestra pertenencia a la Iglesia Ortodoxa de Cristo. La conciencia de esa pertenencia se manifiesta como una encendida oración a Dios para que convierta lo más posible este mundo un Cielo, multiplicando la presencia del Cielo en los corazones, las familias y los pueblos. Sin Cristo no podemos hacer nada [18] por nuestro bien y por la paz del mundo. En Él, nuestro Dios Todopoderoso y Muy Compasivo, está puesta nuestra esperanza de que la paz vendrá a apaciguar la tempestad de la guerra, para que la calma se asiente sobre el bullicio del mundo.

En el espíritu de una fe que da testimonio, de la esperanza en la misericordia de Dios y del don del amor por todos, intentemos vivir la belleza y la profundidad de la Fiesta de la Natividad de nuestro Señor Jesucristo.

Que la pureza de los ángeles, la sencillez de los pastores, la sabiduría de los magos y la oración de la Santísima Virgen María y del Anciano José llenen nuestro ser y sean para nosotros un alimento bendito para este fin de año y para el año que está por venir.

¡Una Fiesta de la Natividad santa y pura!

¡Un Año Nuevo con paz para todo el mundo!

El servidor de cada uno de ustedes, orando a Dios por todos, 

† TEÓFANO

Metropolitano de Moldova y Bucovina

 

Notas bibliográficas:

[1] Archim. Sofronio, Din viaţă şi din Duh ⁅De la vida y del Espíritu⁆, traduc. de ierom. Rafail (Noica), Ed. Reîntregirea, Alba Iulia, 2014, pp. 22-23.

[2] Juan 16, 33.

[3] Gálatas 4, 4.

[4] Segundo canon, cántico III, tropario III, Maitines del 25 de diciembre, en la Menaia del mes de diciembre, Editura Institutului Biblic şi de Misiune al Bisericii Ortodoxe Române, Bucarest, 2005, p. 438.

[5] Juan 1, 14.

[6] Primer canon, cántico I, tropario II, Maitines del 25 de diciembre, en la Menaia del mes de diciembre.

[7] Efesios 4, 13.

[8] Juan 5, 24.

[9] Juan 6, 51.

[10] Juan 4, 14.

[11] “Gloria” en la Apostika de las Vísperas Mayores, del día quince del mes de noviembre, en la Mineia del mes de noviembre, Editura Institutului Biblic şi de Misiune Ortodoxă, Bucarest, 2017, p. 296.

[12] Kondakion XIX, en Viaţa şi Acatistul Sfântului Cuvios Paisie de la Neamţ (15 noiembrie) ⁅Vida y Acatisto a San Paisos de Neamţ⁆, Editura Institutului Biblic şi de Misiune Ortodoxă, Bucarest, 2012, p. 46.

[13] Lucas 11, 2.

[14] Archim. Arsenie Papacioc, Cuvânt despre bucuria duhovnicească ⁅Sobre la alegría espiritual⁆, Editura Eikon, Cluj-Napoca, 2003, p. 190.

[15] Archim. Zacarías Zaharou, „Adu-ţi aminte de dragostea cea dintâi” (Apoc. 2, 4-5). Cele trei perioade ale vârstei duhovniceşti în teologia Părintelui Sofronie ⁅‟Acuérdate del amor que tenías al comienzo” (Apocalipsis 2, 4-5). Los tres períodos de la edad espiritual en la teología del padre Sofronio⁆, traducere din limba engleză de Monahia Porfiria, Ed. Doxologia, Iaşi, 2015, p. 244.

[16] Archim. Zaharías Zaharou, „Adu-ţi aminte de dragostea cea dintâi”, p. 240.

[17] Lucas 2, 14.

[18] Juan 15, 5.

 

*Interjección utilizada en muchos villancicos rumanos, sin traducción.