La necesidad de la contrición y cómo hacerla efectiva
Si no te arrepientes de tus faltas, permaneces en ellas, te separas de la Iglesia y te privas de la vivificadora Gracia.
Estamos obligados a demostrar una doble contrición: una, por nuestros pecados cometidos, y otra, en general, por toda nuestra pecaminosidad y maldad.
Si no hacemos esto, estaremos al borde de la perdición. Efectivamente, si no te arrepientes de tus faltas, permaneces en ellas, te separas de la Iglesia y te privas de la vivificadora Gracia.
Y tres son las formas de la contrición: primero, el arrepentimiento que debemos mostrar después de haber pecado; luego, al hacer un examen de conciencia, de noche, cuando nuevamente le pedimos perdón a Dios por los pecados cometidos; finalmente, confesando nuestras faltas y renunciando a ellas al acudir al Sacramento de la Confesión. Este nos ofrece el perdón completo y firme de los pecados confesados. A partir de ese momento (de la confesión), todas tus faltas quedan borradas y olvidadas, y puedes empezar de nuevo con tu vida.
También la contrición que nos inunda después de haber pecado nos ofrece el perdón de Dios, si se trata de un pecado “pequeño” o de simples pensamientos. “Si tienes un mal pensamiento, y te arrepientes, deseando que en tu mente y en tus acciones haya algo distinto, ese pecado queda anulado en el acto”.
(Traducido de: Jean Claude Larchet, Ține candela inimii aprinsă, Învățătura Părintelui Serghe, Ed. Sophia, București, 2007, p. 42)