Palabras de espiritualidad

La obediencia es la base de la vida monacal

  • Foto: Bogdan Bulgariu

    Foto: Bogdan Bulgariu

No te concentres en que tienes que hacer tu canon de oraciones, sino en la obediencia que estás realizando.

En cierta ocasión, un monje corrió a buscar a su stárets para contarle algo que le afligía:

—Padre, quiero contarle algo que me sucede. En nuestro monasterio, después del oficio de las Completas, cuando en la casa de huéspedes se lava la ropa blanca, algunos de nosotros juntamos todas las sábanas secas, mientras otros tienden las que acaban de ser lavadas. Yo formo parte del grupo de los que recogen las que ya están secas. Pero, cuando nos dedicamos a esa actividad, por la noche me cuesta dormir, porque siento una especie de agitación interior, algo que me impide cerrar los ojos. Y, claro está, esa agitación termina afectando mi orden diario y mis otras actividades. Finalmente, todo eso me llena de una tristeza muy profunda.

—¿Cómo así?, preguntó el stárets, sin entender lo que quería decir el monje.

—Lo que quiero decirle es que cumplo con esa tarea de obediencia, pero no lo hago con agrado, sino a la fuerza. Salgo a recoger las sábanas secas con determinación, pero sabiendo que no podré dormir temprano ni levantarme temprano, y que tampoco podré terminar mi canon de oraciones. Y me entristece todo eso. ¿Cómo puedo hacer para librarme de este pesar?

—Escúchame: no podrás sanar de esa tristeza, porque no pones como cimiento la obediencia. No busques ni te concentres en que tienes que hacer tu canon de oraciones, sino en la obediencia que estás realizando. Cuando tus hermanos te pidan que vayas a recoger las sábanas secas, repite: “¡Que este trabajo sea bendecido!”. Digamos que tu tiempo de oración se reduce en media hora. Pero, cuando vayas a orar, Dios te dará el doble de Gracia, precisamente por haber renunciado a ti mismo, obedeciendo y haciendo lo que se te ordenó. Si tus oraciones te llevan tres horas, digamos que recibes una Gracia de diez “grados”. Entonces, habiendo reducido el tiempo de tus oraciones en media hora, ¿crees que no te gozarás al orar? ¡Con mayor razón te gozarás orando, porque habrás puesto como fundamento algo que piden las disposiciones de la vida monacal! Al monasterio venimos a obedecer, no a orar. ¡Obediencia!

—Creo firmemente en todo eso, pero tengo una duda que termina estropeándome todo, respondió el monje.

—En este punto, de lo que se trata es de vencerte a ti mismo. ¿Escuchaste? ¡Vencerte a ti mismo!

(Traducido de: Ieromonahul Iosif Aghioritul, Starețul Efrem Katunakiotul, Editura Evanghelismos, București, 2004, pp. 182-1183)