Palabras de espiritualidad

La oración auténtica

    • Foto: Stefan Cojocariu

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Translation and adaptation:

Expresémonos, entonces, sin buscar palabras elegantes o una sucesión lógica. Este modo de dirigirnos a Dios suele ser el principio de la oración-conversación.

La oración auténtica, misma que nos une con el Altísimo, no es otra cosa que la luz y el poder que descienden sobre nosotros desde los Cielos. Por esencia, ella trasciende nuestro plan humano. En este mundo no hay una fuente de energía para ella. Si yo me alimento bien para vigorizar mi cuerpo, mi carne se rebelará y sus exigencias serán cada vez mayores, de manera que ya no querrá orar. Si yo humillo mi carne con un ayuno severo, después de cierto tiempo, gracias a esa dolorosa abstención, en mí se creará un terreno propicio para la oración, pero mi cuerpo estará débil y rechazará seguir al espíritu. Si soy parte de una sociedad de personas de buena condición, alguna vez tendré sentimientos de contento espiritual, otras veces compartiré alguna nueva experiencia psíquica o intelectual, pero raras veces recibiré un impulso para orar profundamente. Si he sido dotado mentalmente para cierto e importante trabajo intelectual o para la creación artística, mis éxitos podrían ser motivo de vanagloria y me resultará imposible llegar a lo profundo de mi corazón, el lugar de la oración espiritual. Si tengo una buena situación material y me interesa utilizar el poder por medio de mis riquezas, o realizar algunas de mis ideas, o satisfacer mis gustos espirituales o estéticos, mi alma no se elevará a Dios, del modo en que lo conocemos gracias a Cristo. Si me voy al desierto, renunciando a todos mis bienes, también allí la resistencia de todas las energías cósmicas paralizará mi oración, etc.

La verdadera oración es el vínculo con el Espíritu Divino que ora en nosotros. Él eleva nuestro espirítu a un estado de contemplación de la eternidad. A semejanza del don que desciende de lo Alto, la oración sobrepasa nuestra naturaleza terrenal. A la oración se le opone nuestro cuerpo tendiente a la corrupción, incapaz de elevarse a la esfera del espíritu. Se le opone también el intelecto, incapaz de medir lo infinito y que, sacudido por las dudas, rechaza todo lo que supera sus capacidades. A la oración se le opone el medio social donde vivimos, mismo que organiza la vida con unos medios completamente opuestos a los de la oración. Los espíritus malignos no pueden soportar la oración. Pero la sola oración es capaz de regenerar a la criatura de su estado de decadencia, y vencer la inercia y el letargo, impulsando a nuestro espíritu a seguir los mandamientos de Cristo. La oración es una cosa extraordinariamente difícil. Los estados de nuestro espíritu se ven en una constante transformación: algunas veces, la oración brota en nosotros como un caudaloso río; otras, el corazón pareciera estar seco.

Usualmente, orar significa hablarle a Dios de nuestro desastroso estado, de nuestra debilidad, nuestra tristeza, nuestra vacilación, nuestro temor, nuestro dolor, nuestra desesperanza... En una palabra, de todo lo atinente a las condiciones de nuestra existencia. Expresémonos, entonces, sin buscar palabras elegantes o una sucesión lógica. Este modo de dirigirnos a Dios suele ser el principio de la oración-conversación.

(Traducido de: Arhimandrit Sofronie Saharov, Despre rugăciune, Mănăstirea Piatra-Scrisă, pp. 7-8)