La oración, calor y alimento del alma
¡Qué rico es el espíritu humano! Solamente tienes que pensar en Dios desde el corazón, solamente tienes que desear unirte con Él, y Él estará contigo inmediatamente.
La oración tiene una parte de petición —contraria a nuestro cuerpo tan lleno de soberbia, que todo se lo atribuye a sí mismo—, otra de agradecimiento —en contra de la insensatez de nuestro cuerpo, por los infinitos bienes divinos recibidos—, y otra de alabanza, opuesta a nuestro “yo” carnal, que busca solamente la vanagloria.
Dios es la Verdad. Luego, también mi oración tiene que ser verdadera, porque es vida. Dios es la Luz: también mi oración tiene que ser presentada en la luz de la mente y el corazón. Dios es Fuego: mi oración, pues, siendo vida, tiene que ser ferviente; Dios es Todopoderoso: también mi oración tiene que rebosar sin cesar del corazón. ¡Qué rico es el espíritu humano! Solamente tienes que pensar en Dios desde el corazón, solamente tienes que desear unirte con Él, y Él estará contigo inmediatamente. Y ni las paredes de tu casa, ni los muros y las rejas de la prisión, ni las montañas, ni los abismos serán un obstáculo en el camino de este diálogo lleno de franqueza entre criatura y Creador, ni para el estado lleno de fervor del alma ante Él como ante su Rey, y ante la Vida Misma, que a todos insufla. La oración es el alimento del alma, de lo etéreo y su luz, su vivificador calor, su purificación de los pecados, el buen yugo de Cristo, Su carga más ligera.
(Traducido de: Sfântul Ioan de Kronstadt, În lumea rugăciunii, Editura Sophia, București, 2011, p. 6)