Palabras de espiritualidad

La oración como solución a nuestros problemas

  • Foto: Bogdan Bulgariu

    Foto: Bogdan Bulgariu

Estamos hablando del clamor de aquel que ya no tiene más recursos “ordinarios”, pero que llama con toda fe: “¡Señor y Dios mío, Tú eres el único que me puede salvar!”.

El que ora se convierte en un centro de emanación en el cual Dios está presente. Y puede llegar a ejercer una fuerte influencia espiritual sobre los demás, incluso sobre sus cuerpos. Dios obra en el cuerpo por medio del espíritu del hombre. Él puede hacer todo, valiéndose también de la fervorosa oración del creyente. El santo que ora no dice: “Ya veremos... Buscaremos una solución”. Ningún santo dice algo semejante. Los santos están llenos de convicción y así es como oran. Cada persona puede alcanzar esa confianza, esa certidumbre. Así, muchas veces los problemas se resuelven con la oración.

¿Cómo llegar a esto? Manteniéndonos siempre “centrados” en Dios, en un estado de vibrante sensibilidad ante Él. También en nuestros tiempos podemos encontrar ejemplos concretos de la fuerza de la oración. Pensemos en un monasterio cualquiera. Allí hay un sacerdote que obra muchas sanaciones. Desde las cuatro de la mañana y hasta la media noche, él ora por los fieles y los recibe para confesarlos. No come casi nada, los confiesa casi todo el día. Su vida es una entrega completa a los demás. Y ellos confían enormemente en él.

Sanar depende también de la fe de quienes acompañan a los enfermos. También ellos se hallan en un estado existencial. Muchos son pesimistas, habiendo perdido las esperanzas en alguna sanación natural, y entonces acuden a Dios, su último refugio, su única esperanza. Algunas veces, cuando el sacerdote no es “tan” fuerte espiritualmente, el creyente que viene a él con fe es quien obra los milagros. Él es quien ora. Clama a Dios. Puede que un clamor a Dios sea más importante que leer una larga plegaria. Estamos hablando del clamor de aquel que ya no tiene más recursos “ordinarios”, pero que llama con toda fe: “¡Señor y Dios mío, Tú eres el único que me puede salvar!”.

(Traducido de: Marc-Antoine Costa de Beauregard, Dumitru Stăniloae, Mica dogmatică vorbită, Dialoguri la Cernica, Editura Deisis, p. 202-203)