La oración es la perseverante conciencia de nuestra pobreza y debilidad espiritual; es ver en nosotros mismos, en los demás y en todo lo creado, la obra de la sabiduría, la bondad y la omnipotencia de Dios. La oración es un perseverante estado de gratitud en el alma.

Cuando ores, esfuérzate con denuedo en sentir en tu corazón la verdad y la fuerza de la oración. Alimenta con ellas tu corazón, como con un alimento que no perece. Abreva con ellas, como si fuera el rocío del amanecer, tu corazón. Caliéntalo con ellas, como con un fuego gratifico.

En la oración, así como en cualquier otro acto de tu vida, evita las dudas y figuraciones que provienen del maligno. Que tu ojo espiritual sea simple. Que el cuerpo entero de tu oración, tus actos y tu vida sea intachable.

Cuando oramos con fervor, en nuestra alma hay paz, consuelo y luz, porque estamos con Dios y en Dios. Pero, cuando dejamos de orar, aparecen las tentaciones y cualquier clase de problemas. ¡Oh, felicísimo momento de la oración!

(Traducido de: Sfântul Ioan de Kronstadt, În lumea rugăciunii, Editura Sophia, București, 2011, p. 8)