La oración incesante sí es posible
Toda buena acción, todo buen pensamiento y toda palabra de enaltecimiento espiritual son como una alabanza para Dios.
Cada vez que soportas el ardiente sol de verano, ejecutando con paciencia los trabajos que te han sido encomendados, por amor a Dios y el provecho de tu prójimo; cada vez que, en tu celda, cumples con tu canon de postraciones e inclinaciones, orando con tu mente, o leyendo las vidas de los santos o los textos de los Santos Padres, para aprender de ellos...
Cada vez que soportas el calor del fogón en la cocina o en la panadería (del monasterio), preparando con esmero los alimentos para los sacerdotes, hermanos y peregrinos; cada vez que, con paciencia, permaneces en oración durante las vigilias de toda la noche, en la iglesia o en tu celda; cada vez que piensas algo santo con tu mente o realizas cualquier buena acción, siguiendo el consejo de aquellos que te guían y cuidan de la salvación de tu alma...
Cada vez que trabajas con amor en el huerto, el taller de costura, la iglesia o efectúas cualquier otra tarea...
En todos esos momentos estás en oración permanente ante Dios. Esto, porque toda buena acción, todo buen pensamiento y toda palabra de enaltecimiento espiritual son como una alabanza para Dios. La oración incesante consiste precisamente en esto: en hallarnos siempre, con devoción, ante Dios.
(Traducido de: Arhimandrit Cleopa Ilie, Îndrumări duhovniceşti pentru vremelnicie şi veşnicie, Editura Teognost, Cluj-Napoca, 2004, p. 257)