Palabras de espiritualidad

La oración por el mundo entero, nuestra mejor contribución a la victoria del bien

  • Foto: Andrei Agache

    Foto: Andrei Agache

Mientras tanto, no debemos dejar de llamar al Hijo de Dios para que se apiade de nosotros y de Su mundo.

Fue nuestra suerte que nos tocara venir al mundo en una época tan terriblemente turbia. Y no sólo somos espectadores pasivos, sino que, en cierta medida, participamos también en la poderosa lucha entre la fe y el descreimiento, entre la esperanza y la desesperación, entre el sueño de la evolución de la humanidad en una unidad universal, y la enceguecedora tendencia a la fragmentación en miles de ideologías nacionales, raciales, de clase, políticas... irreconcibliables todas entre sí. Cristo nos demostró la grandeza divina del hombre, hijo de Dios; por eso es que a nosotros nos sofoca el espectáculo del desprecio y el ultraje sádico a la dignidad del hombre. Así las cosas, nuestra mejor contribución a la victoria del bien es la oración que hacemos por nuestros enemigos y por el mundo entero. No solamente creemos, sino que también conocemos el poder de la verdadera oración. Pero tampoco ignoramos la profecía escatológica según la cual al Paraíso se le permitirá encontrar una última personificación, poniendo, así, fin a la historia del mundo. Entonces vendrá la crisis final, el Juicio Final, que tendrá lugar en el límite del tiempo, más allá del cual “el ángel juró... que no habrá prórroga” (Apocalipsis 10, 6).

Mientras tanto, no debemos dejar de llamar al Hijo de Dios para que se apiade de nosotros y de Su mundo.

(Traducido de: Arhimandritul Sofronie, Rugăciunea – experienţa Vieţii Veşnice, Editura Deisis, 1998, p. 140-141)