La oración por nuestros parientes, una gran muestra del auténtico amor cristiano
El stárets Efrén de Katunakia oraba y ayudaba espiritualmente a todos sus familiares, especialmente a sus hermanos…
El stárets Efrén de Katunakia oraba y ayudaba espiritualmente a todos sus familiares, especialmente a sus hermanos. A pesar de esto, nunca los visitó; pasaron varios años antes de que volvieran a verse en Katunakia.
“Una vez, en sueños”, relataba el stárets, “vi a mi hermano cayendo al mar y me angustié, pensando que se había ahogado. Entonces, empecé a caminar sobre el agua, esperando verlo salir a flote. Cuando vi que su cabeza se asomaba entre el agua agitada, lo cogí del pelo y lo levanté. Tiempo después, me enteré de que ese mismo día había sido gravemente herido, pero había salvado la vida de milagro. El gesto de caminar entre las olas, cogerlo del pelo y alzarlo, sin duda representa la oración que siempre hago por él.
En otra ocasión, mi hermano fue capturado por los comunistas y encarcelado. Lo condenaron a muerte. Esa noche soñé que lo tenían encerrado en un calabozo y que le preguntaba al carcelero de qué lo acusaban. El hombre me respondió que mi hermano tenía una deuda de 150 liras. Entonces, busqué en mi bolsillo y, encontrando un billete de 200 liras, se lo di al carcelero y este dejó libre a mi hermano. En verdad, fue salvado milagrosamente, lo dejaron libre, aunque lo habían atrapado para darle muerte”.
Las oraciones del stárets les eran de gran auxilio para los problemas de su familia. Contaba la hermana del stárets Efrén: “Recuerdo que me sentía completamente desolada, porque con mi esposo estábamos a un paso de separarnos. Mi esposo amaba enormemente a su madre de 80 años, quien solía presionarlo para que se separara de mí. Siempre buscaba un motivo para poder cumplir con su propósito. Me angustiaba la idea de quedarme sola con las dos niñas. Se lo dije a mi mamá, y ella me respondió: ‘Hija mía, oremos, porque no hay nada que se pueda hacer sin la voluntad de Dios. Solamente si Dios lo permite, ustedes se separarán’.
Mi dolor era muy grande. Tomé la fotografía del padre Efrén y cada noche le hablaba y oraba ante ella, como si se tratara de un ícono. Le pedía, entre un mar de lágrimas, que me ayudara y me librara de semejante situación.
En esos días, Caralampio, nuestro hermano, fue a visitar a Efrén al Santo Monte Athos. Cuando este lo vio llegar, le dijo: ‘¿Por qué Elena, nuestra hermana, me molesta a cada instante? ¿Por qué ha tomado mi foto para orar, llorando frente a ella? ¡Dile que ore frente al ícono de la Madre del Señor, no frente a mi fotografía! La Madre del Señor la iluminará. Ella hará un milagro y Elena no sufrirá ningún mal’.
En esos días, recibí un telegrama de mi suegra, en el cual le pedía a mi esposo que fuera a verla, para hablar del problema de nuestro divorcio. ¡Ya se pueden imaginar mi tristeza, mi dolor! Me encerré en la habitación, tomé el ícono de la Madre del Señor que me había enviado el padre Efrén con el stárets Nicéforo y, llorando amargamente, le hablé de mi dolor y le imploré que me ayudara a salir de esta tribulación. Al día siguiente, mi esposo tenía que salir de viaje hacia su ciudad natal, para encontrarse con su madre. Sin embargo, ese mismo mediodía, recibimos una terrible noticia. Aunque no padecía de ninguna enfermedad, mi suegra fue encontrada muerta en la silla donde solía permanecer todo el tiempo. Y, así, de la forma menos esperada, la sombra del divorcio se desvaneció de tajo, porque mi esposo cambió totalmente después de la muerte de su madre”.
¡Y de que forma oraba también por su hermano mayor, Epaminondas! De entre todos los hermanos, era el más ligero en las cosas de la fe, y por eso el padre Efrén oraba incesantemente por él, tanto cuando vivía, como después de su muerte.
Deseando ayudar a una de sus primas, quien se había involucrado en cosas relacionadas con la brujería, hizo una de las más poderosas oraciones de su vida: “¡Cristo mío, por la Sangre que derramaste en la Cruz, salva esta alma!”. “Como respuesta a esta oración, recibí un merecido bofetón. Dios es paciente con todo, pero no con la brujería ni con quienes la practican”, decía el stárets, después de haber recibido una lección aquella vez. También yo intenté una vez hacer lo mismo, lo cual enfadó mucho a Dios, pero pude pedirle perdón a tiempo, librándome de cualquier castigo. Aún hoy me acuerdo de ello, con gran temor y estremecimiento.
(Traducido de: Ieromonahul Iosif Aghioritul, Stareţul Efrem Katunakiotul, traducere de Ieroschim. Ştefan Nuţescu, Schitul Lacu-Sfântul Munte Athos, Editura Evanghelismos, Bucureşti, 2004, pp. 79-81)