La oración practicada con la mente y la experiencia que implica a todo nuestro ser
“Te invoco con todo el corazón, es decir que te llamo con el cuerpo, el alma y la mente".
En un solitario monasterio, desconocido y casi insignificante, situado entre bosques y ciénagas, vivía cierto monje. Con estremecimiento y renuncia a sí mismo, penetraba en la oración elevada con la mente, en lo profundo del misterio de la morada del alma.
Una vez, mientras estaba en la iglesia, descendiendo su mente al corazón, sintió un repentino movimiento de oración hacia la mente, envolviendo al cuerpo entero en un santificado estado espiritual, indescriptible con palabras, lejos de todas las pasiones, un estado que sólo podrían entender quienes lo han experimentado antes. Cuando el monje conoció ese nuevo estado, tan inusual para su mismo cuerpo, su mente se iluminó con tal sublime conocimiento. Entonces entendió aquellas raras palabras de San Juan Climaco: “Te invoco con todo el corazón (Salmos 118, 145), es decir que te llamo con el cuerpo, el alma y la mente".
¡He aquí la muestra de la resurrección del cuerpo, una que conozco en mí mismo! Si el cuerpo es capaz de experimentar esos estados espirituales, si puede participar con el alma del consuelo gratífico, si puede hacerse partícipe de la Gracia, ¿cómo no podría resucitar a la vida eterna, como lo enseña la Escritura?
¡Los cuerpos de los santos de Dios fueron “curados” con la Gracia, por eso fue que la corrupción no pudo acercárseles! Venciendo la corrupción, comenzaron su propia resurrección; emanando sanaciones, muestran la Gracia que pervive en ellos y la vida eterna que late en su interior, misma que deberá hacerse, en el momento justo, una gloriosa resurrección, decidida desde antes y otorgada a la humanidad por nuestro Redentor y Señor Jesucristo. Amén.
(Traducido de: Sfântul Ignatie Briancianinov, Experiențe ascetice)