La oración trae reconciliación
Comenzó a orar en voz alta. Al llegar a la parte que dice: “… y perdona nuestras deudas, así como nosotros perdonamos a nuestros deudores”, elevó la voz y dirigió la mirada a unos y otros.
Los habitantes de dos poblados vecinos habían alcanzado tal nivel de enemistad, que parecía imposible que alguna vez pudieran reconciliarse o ceder un poco en su animadversión. Ni los intentos de diálogo ni las amenazas habían logrado resolver el asunto.
Pasaban los años, y la enemistad dio paso al odio. Se inició un proceso para intentar resolver el conflicto, y cada pueblo envió sus propios delegados. En la audiencia, uno de ellos, un anciano campesino, dijo:
—Hermanos, lo que estamos discutiendo hoy es algo muy serio. Nuestros ancestros solían invocar a Dios antes de empezar cualquier cosa importante. Creo que también nosotros tendríamos que hacer lo mismo. Entonces, quitémonos los sombreros y hagamos un “Padre nuestro”.
Y comenzó a orar en voz alta. Al llegar a la parte que dice: “… y perdona nuestras deudas, así como nosotros perdonamos a nuestros deudores”, elevó la voz y dirigió la mirada a unos y otros. En ese momento, todos se quedaron callados e hicieron un ademán como de irse de aquel lugar, hasta que uno de ellos los detuvo y dijo:
—¡Tiene razón, que haya paz entre nosotros!
Y corrió a estrechar la mano de cada uno de los presentes. En cosa de un instante, todos imitaron aquel gesto y, habiéndose sellado la paz entre ambos pueblos, todos empezaron nuevamente con el “Padre nuestro”, hasta completarlo en armonía.
(Traducido de: Protosinghelul Nicodim Măndiță, Învățături despre rugăciune, Editura Agapis, București, 2008, p. 43)