La oscuridad del pecado
Si el hombre no se aparta de las cosas materiales y no se desprende de la preocupación por conseguirlas, ¿cómo podría librarse de los pensamientos perniciosos? ¿Y cómo podrá ver el pecado que se oculta detrás de los malos pensamientos, si vive agobiado por ellos?
Sabiendo esto, el Señor nos ordena: “No os preocupéis por el día de mañana” (Mateo 6, 34). Y con toda razón. Porque si el hombre no se aparta de las cosas materiales y no se desprende de la preocupación por conseguirlas, ¿cómo podría librarse de los pensamientos perniciosos? ¿Y cómo podrá ver el pecado que se oculta detrás de los malos pensamientos, si vive agobiado por ellos? Porque el pecado es una oscuridad, una niebla que inunda al alma y proviene de los malos pensamientos, las malas palabras y las malas acciones.
Así es como se engendra el pecado, porque el demonio tienta al hombre por medio de un señuelo que no lo obliga y le muestra el comienzo del pecado, y el hombre empieza a dialogar con él por amor a los placeres y a la vanagloria. Porque, aunque no lo quiera con su propio raciocinio, pecando se deleita y acepta obrar el mal. Y si cae en este ardid, ¿cómo podrá orar para purificarse? ¿Y cómo podrá saber lo que es la pureza aquel que no se ha purificado? Y si no la conoce, ¿cómo verá la morada de Cristo en su interior, sabiendo que somos casa de Dios, según lo que dicen los profetas, los evangelios y los apóstoles?
(Traducido de: Sfântul Marcu Ascetul, Despre cei ce își închipuie că se îndreptățesc prin fapte, cap. 224, în Filocalie, vol. I, p. 277)