La paz que viene con la fe en Dios
Si en verdad hay paz en mi alma, y una paz obtenida por medio de la fe en Dios, lo que corresponde es actuar con humildad. Y si no lo hago, es que aún no he alcanzado la medida en la cual me haré vencedor por medio de la fe.
En el Paterikón encontramos el relato de un asceta, quien, hallándose de visita en un monasterio, fue invitado a comer con todos los miembros de la comunidad del cenobio. Pero, una vez en el comedor, alguien protestó: “¿Quién invitó a este a comer? ¡Sáquenlo de aquí!”. Dos monjes se levantaron inmediatamente y sacaron al forastero, quien aceptó la decisión sin protestar. Luego de unos minutos, alguien sugirió que no era correcto lo que acababan de hacer, y pidió que llamaran nuevamente al visitante. Así lo hicieron. Este, sin pronunciar palabra alguna, se sentó y comió como los demás. Más tarde, le preguntaron: “¿Qué fue lo que pensaste cuando te echaron y después te volvieron a llamar? Cualquier otro habría reclamado: ¿Por qué me vuelven a invitar, después de haberme echado?”. ¿Qué dijo el monje? “Pensé que lo mejor era actuar como un perro, el cual se va cuando lo echas, y si lo llamas otra vez, vuelve”.
Alguien me preguntó: “¿Usted haría lo mismo, padre?”. A decir verdad, jamás he estado en una situación semejante. Pero, si en verdad hay paz en mi alma, y una paz obtenida por medio de la fe en Dios, lo que corresponde es actuar con humildad. Y si no lo hago, es que aún no he alcanzado la medida en la cual me haré vencedor por medio de la fe.
Si te muestras tranquilo solamente en condiciones favorables para la serenidad, es que aún no has alcanzado la paz verdadera.
(Traducido de: Arhimandritul Teofil Părăian, Veniți de luați bucurie, Editura Teognost, Cluj-Napoca, 2001, p. 43)