La plenitud por medio de la oración
La oración es la entrega total, el vínculo misterioso con los rasgos permanentes de nuestra naturaleza, una libre sumisión ante los dolores creadores, un enaltecedor contacto con Dios. La paz y la alegría que la acompañan son las señales de ese fructífero vínculo y de nuestro propio avance.
Los párpados cerrados le dan a los ojos la posibilidad de ver adentro. Las manos juntas, la cabeza inclinada, el color de las mejillas... todo muestra cómo el alma intenta viajar del cuerpo hacia etéreos lugares. Los dolores se disipan, uno a uno, en las ondas azules de los cánticos sanadores.
Entonces, el hombre se levanta, mira hacia adelante y una sonrisa se dibuja en sus labios. Sus pasos se hacen más seguros, la luz más limpia, el cielo más amplio e inspirador... todo adquiere una belleza inmaterial.
La oración es meditación y concentración. Es luz interior. Para dar frutos, debe hacerse en los momentos de mayor serenidad interior, cuando se puede vivir el entendimiento, cuando todo está envuelto en misterio. La oración es buena en los momentos de vigilia, cuando todo es transparente y puedes ver el juego de los milagros en él.
La oración es la entrega total, el vínculo misterioso con los rasgos permanentes de la naturaleza, una libre sumisión ante los dolores creadores, un enaltecedor contacto con Dios. La paz y la alegría que la acompañan son las señales de ese fructífero vínculo y de nuestro propio avance.
(Traducido de: Ernest Bernea, Îndemn la simplitate, Editura Anastasia, 1995, p. 62)