Palabras de espiritualidad

La presencia siempre constante de la Madre del Señor

  • Foto: Oana Nechifor

    Foto: Oana Nechifor

Venerando su santo ícono, con humildad y con amor, con la boca y con el corazón tenemos que cantarle, diciendo: “¡Regocíjate, oh valiente Protectora, llena de gracia! ¡Regocíjate, Alegría nuestra, tú que nos cubres de todo mal con tu venerable Manto!”.

Queridos hijos, tenemos que creer, con todo el corazón y con toda el alma, que la Reina de los Cielos no nos abandona jamás y no nos olvida, porque siempre está a nuestro lado, tanto en las alegrías como en las aflicciones; cuando nacemos y cuando morimos; en este mundo y también en los Cielos. A todos nos profesa el mismo amor y la misma piedad, tanto a los justos como a los pecadores, ahora y siempre, y hasta el fin de los tiempos. Porque ella es nuestra Madre, siempre la misma, amorosa y protectora.

Por eso, amados hermanos y hermanas en Cristo, también nosotros tenemos que acudir con esperanza y valor al auxilio de la Madre del Señor, porque ella es muy misericordiosa. Así, venerando su santo ícono, con humildad y con amor, con la boca y con el corazón tenemos que cantarle, diciendo: “¡Regocíjate, oh valiente Protectora, llena de gracia! ¡Regocíjate, Alegría nuestra, tú que nos cubres de todo mal con tu venerable Manto!”.

(Traducido de: Arhimandritul Chiril Pavlov, Lauda Maicii Domnului, Editura Egumenița, Galați, 2012, p. 8)