La profundidad del ícono ortodoxo
¿Por qué los rostros de los santos no expresan ninguna emoción, mucho menos sensualidad? ¿Qué clase de lenguaje quieren transmitir a los fieles?
La iconografía de la pintura bizantina es totalmente diferente a la pintura sensual, aparentemente perfecta en su belleza exterior. ¿Por qué? Porque persigue un propósito pasivo: ofrecer la felicidad celestial. De ahí el desprecio del arte bizantino por la forma, por la belleza sensual. El arte bizantino tiene que dirigirse no a los sentidos, sino en exclusividad a la mente, para ayudar al creyente a familiarizarse con las abstracciones del mundo eterno.
Esto explica también la negligencia del arte bizatino en lo que respecta al cuerpo en sí, el cual prácticamente se pierde bajo los pliegues de las vestimentas, en tanto que la cabeza se convierte en el elemento dominante de la figura. Las formas son inusuales, plasmadas con detreza, y evocan una transfiguración activa. Los ojos, grandes y con la mirada fija, ven lo que está más allá de este mundo. El rostro se centra en la mirada misma; el fuego celestial la ilumina por su interior y, por medio suyo, el espíritu nos observa. Los finos labios carecen de cualquier forma de avidez. De hecho, están hechos para cantar alabanzas. Las orejas alargadas escuchan el sosiego, mintras que la frente larga y elevada acentúa la predominancia de un pensamiento contemplativo.
Las personas santas son retratadas de forma frontal. De esta forma, son puestas en una relación directa con quien mira el ícono; jamás encontraremos, en la iconografía, el retrato de un santo hecho de perfil. Las figuras pintadas de perfil, cuando las hay, no son de santos y no tienen aureola.
El mundo contemporáneo, en el cual prevalece lo pragmático, no raras veces permanece sordo ante aquello que le grita la iconografía bizantina, ante lo que esta le comparte sobre la verdad. El amor espiritual, reflejado en los rostros de las antiguas representaciones es, a veces, severo y exigente. Ahí no hay rasgos de indulgencia o de condescendencia con el pecado. Por eso es que dichos rostros permanecen incomprendidos, ajenos y a veces hasta estremecedores para el hombre carnal, tan atado a sus pasiones.