La razón de las tentaciones que Dios permite que enfrentemos
Viéndose atrapado por las tribulaciones o las tentaciones, y en peligro de perder su vida o su alma, el hombre empezará a orar con fervor y a pedir con todo el corazón el auxilio divino.
Aunque Dios no tienta a nadie, sí permite, para favorecer nuestra salvación, que seamos tentados por distintas razones, por ejemplo:
– Para probar nuestra fe (I Pedro 1, 7);
– Para probar nuestra esperanza (IV Reyes 18, 5, 20-30; Daniel 3, 28-30);
– Para probar nuestro amor hacia Él (Deuteronomio 13, 3);
– Para probar nuestra sumisión ante Él (Deuteronomio 8, 2-3);
– Para probar nuestra renuncia a nosotros mismos y a nuestros bienes (Job 1, 9-12; 2, 3-10);
– Para no que no seamos castigados y para que estemos más atentos a nosotros mismos, porque, como es evidente, todos tendemos a ver y juzgar las debilidades de los demás e ignorar las nuestras;
– Para que acudamos siempre a Su auxilio, implorando Su misericordia. El hombre —sin importar quién sea—, si no fuera sujeto de tribulaciones y tentaciones, se mostraría indolente ante su propia vida espiritual y, cayendo en la insensatez más crasa, terminaría olvidándose totalmente de Dios. Pero, viéndose atrapado por las tribulaciones o las tentaciones, y en peligro de perder su vida o su alma, empezará a orar con fervor y a pedir con todo el corazón el auxilio divino;
– Para que no nos envanezcamos, sino que vivamos en humildad y obediencia;
– Para que odiemos las pasiones y también a los enemigos que luchan contra nuestra alma;
– Para que se pueda comprobar si honramos y amamos a Dios hasta el final;
– Para ser exhortados a respetar con mayor severidad los mandamientos de Dios, tratando de no vulnerar tan siquiera el más pequeño de ellos. Ciertamente, aquel que llega a convencerse por medio de las tentaciones, con mayor facilidad se decide a guardar los mandatos divinos;
– Para que aprendamos a distinguir las verdaderas virtudes, y, en consecuencia, para que sepamos cultivarlas y no caer en pecado;
– Para que la lucha continua se convierta para nosotros en motivo de una mayor recompensa;
– Para que glorifiquemos a Dios, nos avergoncemos del maligno y del pecado, y para que no nos debilitemos en el espíritu y la paciencia. Nuestro Señor Jesucristo dijo: “Con vuestra perseverancia salvaréis vuestras vidas”. Y nuevamente: “El que persevere hasta el fin se salvará” (Lucas 21, 19; Mateo 10, 22);
– Para que, al luchar, aprendamos a no temer los golpes fuertes que vendrán sobre nosotros en el momento de nuestra muerte;
– Para que podamos alcanzar la virtud por medio de la lucha y el dolor, y después apreciarla y guardarla debidamente. Alguien dijo que “el dinero ganado sin trabajo no tiene ningún valor”. Esto se aplica no solamente al dinero, sino a todo lo que podamos obtener sin esforzarnos. Por el contrario, todo lo que se gana con sufrimiento y dolor es difícil de despreciar;
– Para que, habiéndonos purificado, no nos olvidemos jamás de nuestra debilidad, y mucho menos del poder de Aquel que nos ayudó.
(Traducido de: Părintele Ilie Cleopa, Îndrumări duhovnicești pentru vremelnicie și veșnicie. O sinteză a gândirii Părintelui Cleopa în 1670 de capete, Editura Teognost, Cluj-Napoca, 2004, pp. 119-120)