La razón de ser del corazón del hombre
El corazón del hombre debe amar a Dios, porque fue hecho para amar el bien, la belleza y la verdad.
El corazón del hombre fue ideado por el Creador para que le sirviera de morada, para que pudiera venir a vivir en él, como nos dice la misma palabra divina. Recordemos que somos templo del Dios Vivo, tal como Él mismo dijo: “Habitaré y caminaré entre ellos; yo seré su Dios y ellos serán mi pueblo”. El corazón del hombre se mantiene sediento y buscando al Señor, el Único que podría perfeccionarlo. Ya que Dios es el bien más excelso, el Bien absoluto, el corazón soporta con pesar la carencia de ese bien, y no dejará de buscarlo mientras no se realice en el perfecto e infinito amor, que es el centro de todos sus anhelos.
El corazón del hombre debe amar a Dios, porque fue hecho para amar el bien, la belleza y la verdad. ¡Ama a Dios por Su grandeza! “¿Quién es más grande que nuestro Dios?”. ¡Cuánto poder, cuánta sabiduría y cuánta belleza hay en Él! Recordemos que “con la fuerza de Su palabra hizo los Cielos”. Y todo lo hizo con sabiduría. La belleza de Su rostro somete y atrapa a todo corazón. ¿Pero acaso sólo Él es el que es? Si la belleza terrenal, que es sólo un pálido reflejo de la perfecta belleza de Aquel que supera el fulgor del sol, nos hechiza y nos esclaviza, ¿cómo no habría de someternos Aquel que es la belleza en Sí mismo?
Pero debemos amar a Dios también para poder realizarnos, porque solamente por medio de Su amor podemos alcanzar la perfección, como Él mismo pide de nosotros. Nuestro Señor Jesucristo, explicándoles a Sus discípulos y al pueblo la enseñanza que proviene de este principio, dijo: “Sed perfectos, tal como vuestro Padre Celestial es perfecto”. Y el Apóstol Pablo, en su Carta a los Colosenses, dice: “amonestando e instruyendo a todos los hombres con toda sabiduría, a fin de presentarlos a todos perfectos en Cristo”.
(Traducido de: Sfântul Nectarie de la Eghina, Zece cuvântări bisericești la Postul Mare. Despre îngrijirea sufletului, Traducere Laura Enache, Editura Doxologia, Iași, pp. 176-178)