La realización de todos los deseos
¿Se ha hecho realidad algún deseo tuyo? Bien. ¿No lo ha hecho? Déjalo en manos de Dios. Si algo que deseabas se hace realidad, sé agradecido; si no lo ha hecho, no te enfades, porque nada en esta vida pasajera es para siempre. Tu única preocupación debe ser permanecer cerca de Dios y de Su santísima gracia.
No te entristezcas si algo que deseabas —de las cosas de este mundo— no llega a hacerse realidad. Es imposible que todo suceda así como uno quiere y desea, porque no todos nuestros deseos son buenos y no siempre su realización es provechosa para nosotros. ¿Se ha hecho realidad algún deseo tuyo? Bien. ¿No lo ha hecho? Déjalo en manos de Dios. Si algo que deseabas se hace realidad, sé agradecido; si no lo ha hecho, no te enfades, porque nada en esta vida pasajera es para siempre. Tu única preocupación debe ser permanecer cerca de Dios y de Su santísima gracia.
No esperes que todos tus deseos se cumplan siempre y que todo sea según tu voluntad: esto no es competencia nuestra, sino de Dios. Una es la voluntad de Dios y otra la tuya, mientras que Sus pensamientos son más altos que los tuyos, porque eres incapaz de conocer y entender los divinos razonamientos. Por eso no debes enojarte cuando tus antojos no se cumplan; más bien déjalo odo en manos del Señor: “Descarga en el Señor todo tu peso, porque él te sostendrá; no dejará que el justo se hunda para siempre” (Salmo 54, 23).
No seas débil de espíritu e impaciente, deseando que todo suceda de acuerdo a tus propios deseos. Lo mejor es orar en paz y con paciencia, dejando todo a la voluntad de Dios. No pidas el pronto cumplimiento de tus anhelos, porque no todo deseo es bueno y no necesariamente su realización es algo útil. Puedes saber si tus anhelos concuerdan con la voluntad del Señor, con tu paciente espera y perseverante oración. Si la voluntad de Dios es acorde con tu deseo, Él te lo concederá inmediatamente; en caso contrario, no lo hará, por tu bien, de acuerdo a la providencia con la que actúa. Y tú, sea que Dios haga o no realidad tu anhelo, recibe Su decisión con agradecimiento y corazón humilde.
No suspires por algo, con insensatez e impaciencia; más bien, sé equilibrado en todo. Todo es más útil e importante cuando se obtiene con sabiduría y paciencia. Si todos tus deseos se cumplieran, nunca te darías cuenta de tu debilidad y jamás recibirías nada provechoso para tu alma.
Por eso, el Todopoderoso Dios, apiadándose de Su creación y cuidando el provecho de cada quien, no te da siempre lo que quieres, sino que muchas veces hace todo lo contrario, para guiarte y que así renueves la conciencia de tu propia debilidad, para que no desfallezca tu espíritu y te humilles, lleno de paciencia.
El Señor, como un médico verdadero, para sanar nuestra alma, muchas veces dispone hacer lo opuesto a nuestros anhelos, llevándonos a buscar Su consuelo eterno. Esa tristeza es temporal, pero Su consuelo no tiene fin. ¿Qué podrías ganar si todos tus deseos se hicieran realidad y, aún así, siguieras enojando a Dios constantemente? ¿Qué ganas si, cumpliéndose tus anhelos, sigues estando lejos de la gracia de Dios? ¡En verdad, nada!
Cuanto más grande sea tu paciencia en la amargura de no ver tus anhelos cumplidos por parte de Dios, más grande será el consuelo que recibirás de parte Suya, porque está escrito:: “Señor, cuando los dolores de mi corazón fueron más grandes, Tu consuelo vino siempre a alegrarme” (Salmo 93, 19).
Así pues, no te llenes de congoja por alguno de estos dolores permitidos por Dios, más bien recibe ese medicamento espiritual, con agradecimiento. Es mejor tener que soportar un pequeño dolor en este mundo, que la tristeza infinita, porque es mejor sufrir aquí, que en la vida eterna. Infeliz del que, errando mucho, vive suspirando por sus propios deseos. Es triste saber lo que, en contra de su voluntad, deberá sufrir en la vida eterna.
Dios es misericordioso, por eso a veces nos envía dolor y sufrimiento en esta vida, sabiendo que es mejor para nosotros: “En este mundo deberán sufrir” (Juan 16, 33), dice el Señor. Él desea que no nos ahoguemos en los placeres del mundo, sino que seamos pacientes en las penas, para que, con mayor impulso y eficacia podamos elevarnos hacia Él y, allí, ser merecedores de la alegría y la felicidad eterna.
Fuente: marturieathonita.ro/implinirea-tuturor-dorintelor